lunes, septiembre 17, 2018

Mónica Blanco la Rosa




MÓNICA BLANCO LA ROSA
(PENÉLOPE)



Breve biografía



Nació en Manlleu (Cataluña) e1 10 de Marzo de 1979, con raíces andaluzas, afincada en Holanda desde hace doce años. Su pasión por la poesía empezó a temprana edad, en la escuela participaba en los concursos programados para el día de Sant Jordi, conocido como el día de la rosa y el libro. Más tarde fue desarrollando su afición en un ámbito clandestino, ocupando sus ratos de soledad y de silencio, proyectando a través del contacto intenso y profundo con sus emociones todas aquellas experiencias que la vida le daba la oportunidad de vivir. Este contacto emocional despertó en ella una verdadera pasión por la filosofía y la psicología, las ramas existenciales más constructivas que han fomentado su trayectoria. Por esta razón tomó la decisión de formarme como psicóloga. En la actualidad trabaja con personas minusválidas las cuales le invitan a observar la verdad del ser a través de otros ojos que forman el mundo en una dimensión mucho más rica. También es miembro de una comunidad poética en la que semanalmente colabora como poeta y como comentadora, un espacio que siente como un hogar, con una familia de amigos que le permiten expresarme tal y como es y socavar y plasmar las percepciones más profundas de su alma. Su estilo puede describirse como un condimento abstracto, algunas veces casado con aires de flamenco, otras erótico y otras destaca cierta sensibilidad por temas humanitarios.  


Sus poemas



1. El muchacho que hablaba con los árboles

(Para Jurgan)

La mímica de los árboles desollaba la intemperie
de una brisa corpulenta en los trapecios de las ramas,
los ronquidos de los troncos milenarios inherentes
daban la sepultura a la voz de tantas batallas.

Veneraba la grotesca sombra de aquellos susurros
que siempre escudriñaban su mutismo,
y una diálectica acontecida perforaba el escudo
de aquella maravillosa forma de llegar a sí mismo.

Podía quedarse horas, contemplando la cúpula
de un cielo rascado por las nanas de los pájaros,
un réquiem de hojas la lápida de raíces tapizando,
el paisaje era una caja de música por él descubierta.

Hilvanando el embeleso de aquella escena
recaudando miradas de un cielo rapsoda,
origami de insectos, barcas obnuviladas
que parasitan instantes lejos del ahora.

La rediciva del ocaso formula ilíadas oscuras
recicla el silencio la plasticidad de sus fisuras,
exhuma la niebla el unísono nonchalante
con su pléiade pintoresca, masiva y errante.

Hipnótica simbiosis de voces trenzadas
la semilla de un árbol en el corazón trasplantada,
paraguas de ramas cobijando el encuentro
en la memoria lo llevo siempre, muy cierto.




2. No más amor

No más amor, para el vestigio de tus aplausos celibatos
en el acústico del viento mis pasos escoltan callados,
en la calcarie del ancla de un corazón estancado,
no más amor para los platos rotos que siguen bailando.

No más amor, en el purgatorio de este clítoris sollado
en el tejido de hambre, oráculo de placer extirpado,
en la mancha de esta orgía de órganos desintegrados
no más amor, para el presunto amor que no me has dado.

No más amor de megalómano diseminado
en souvenires de mi piel rociada en tu hígado flaco,
en soliloquios furtivos de líder de la marabunta
de un séquito de insectos que carcome el costado.

No más amor que constipe el rosal abortado
que vacune el cólera febril de sonetos oxidados,
que pinte el mural del amor que no quieres dar
y rescate de la fosa de dolor mi beso marchitado.

No más amor que reniegue un penacho,
que aborde la plegaria inaudita de tu aroma de macho,
que atasque mi boca con tu punta adivina
no más amor que se escape esta noche, tras la cortina.

No más amor que tome como rehén a la luna,
que invoque los votos de un Shakespeare desesperado,
ni repose sobre la niebla benéfica de la laguna,
no más amor que te quiera como yo lo hago.




3. Taconcitos fulanos

         Taconcito que despiertas el volar del suelo
                 Que afilas los cantos de las piedras del camino,
                 la resaca del viento se cose a tus volantes
                 puñales que cortan los besos de tu taconcito.

Calle abajo riajuelo de tu rastro recortao
los balcones saludan la cría de tu hermosura
las palmas truenan tras esos ojitos enamoraos
Y el lazo de tu casta se casa con la noche en vela.

Patrimonio de un corazón enterrao
en el metro cuadrao de un tablao de metro,
azufre colorao espeso en la carena,
al viajero embelaso le robaste las maneras.

Esos taconcitos relinchaos de mundo
no se paran ni se gastan ni se frenan,
la guitarra a tu arte haciendo reverencias
señora de los tacones que cuando bailan, besan.

Que no se te desfije el rojo de ese carmín
que la templanza de tu paño esta noche reposa,
desfallecido en las migajas de ese frenesí
quedando de pie en los rincones de tantas bocas.

Taconcitos fulanitos, emborrachaos de madera
de cuerdas y sudor que hasta el infinito se mezclan,
de piropos acuñaos en las hebillas de tu melena
procesiones de olé que beben de tu faena.

En los flecos delirantes de ese poderío
estallan las luces que amaron la bohemia,
campaneando en este corazón mío
que en la sombra sacude su pandemia.



4. Perro de guerra

Lacayo de la luna, doblega la estirpe unánime del trueno
el café de noche en su negro cavernario, reconcíliame con ella.
La pacotilla de tus huesos muele los granos de café más amargos,
las frágiles caderas descuidan el olor fértil de la indulgencia.

Báilame como perro de guerra veterano de un amor,
en la retahíla omnisciente de un durmiente amfitrión,
el reposo en tu aposento de mártir y de sacristía
la pátina del tiempo coloreará el fósil de tu corazón.

El hurto de las mañanas pródigas de fechoría,
la reconciliación de las esquinas orinadas,
el aire cortado por las frívolas habladurías,
el hurto de las noches mendiga apabullado.

Sayo de sombras ensayadas, que no se proyectan
la lepra del luto sirve al pronto la carroña,
en las torcidas patas de las pulgas que te cuelgan
finge tu lágrima punzante el eterno pesar que la ahonda.

Báilame como perro de guerra aún no vencido
por esta batalla de congresos gangrenados,
que insuflan consensos que tu lengua ordeña
Y el flato consecuente te inmovilize un rato.

Y sigue en tu corriente de perro sin amo
ladrando perfidia tus pulgas rascando,
la fruslería de ese hocico grosero
amedrante tus pasos que no sienten miedo.


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