.

ESCRITO EN MAYÚSCULA es un blog que intenta ayudar con la difusión de cualquier expresión artística sin discriminar a los autores aficionados. Se abarcará desde poesía, narrativa, música, etc. Y contaremos con entrevistas donde el autor contara por sí mismo la creación de su propia obra.

Federico García Lorca

Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio.

(La Sombra del Viento) Carlos Ruiz Zafón

Cada libro, cada volumen que ves aquí, tiene un alma. El alma de la persona que lo escribió y de aquellos que lo leyeron, vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu crece y se fortalece.

.

Les ofreceremos entrevistas de nuestros colaboradores para que conozcan su obra y accedan a ella.

.

Les ofreceremos entrevistas de nuestros colaboradores para que conozcan su obra y accedan a ella.

.

Somos apenas un granito de arena, intentando hacer algo por el bien de nuestra existencia.

jueves, agosto 30, 2018

Affonso Romano de Sant'Anna


AFFONSO ROMANO DE SANT'ANNA


(Belo Horizonte, Brasil, 1937). Poeta, docente, periodista, cronista y crítico. Ha publicado más de cuarenta libros y dictado clases en universidades de Brasil, Alemania, Francia y los Estados Unidos de América.
Desde mediados de la década de los 60 participó activamente en “pensamiento, palabra y obra” en los movimientos de renovación de la poesía brasileña, lo que lo ha llevado a ser reconocido como una de las voces más importantes de su país y del continente. Le han sido concedidos innumerables distinciones a su obra y las becas de las fundaciones Ford, Guggenheim, Gulbelkian y DDAD.

En 2007 la editorial L&PM de Porto Alegre lanzó los primeros dos volúmenes de su Poesía reunida.


1.Los hombres aman la guerra

Los hombres aman la guerra. Por eso
se arman alegres en coro y colores
para el dudoso deporte de la muerte.

Aman y no lo disfrazan.
Alardean de ese amor en las plazas,
crean manuales y escuelas
alzando banderas y recogiendo cajones
entonando slogans y sepultando canciones.

Los hombres aman la guerra. Pero no la aman
sólo con el coraje del atleta
y el orgullo militar, sino con la piados
voz del sacerdote, que antes del combate
-sirve la Hostia de la Muerte.

Fue así en Crimea y Troya
             en Eritrea y Angola
             en Mongolia y Argelia
             en Siberia y Ahora.

Los hombres aman la guerra
y mal soportan la paz.

Los hombres aman la guerra, profana
o santa, lo mismo da.

Los hombres tienen la guerra como amante
aunque se desposen con la paz.

Y qué arrobos ¡Dios mío! En ese encuentro voraz,
¡Qué placeres, qué gemidos, qué ayer!
Qué sublimes perversiones urdidas
en la mortaja de las sábanas, agostando
la cama o el campo de batalla.

Durante siglos pensé
que la guerra sería el desvío
y la paz la ruta. Me equivoqué, son paralelas,
márgenes de un mismo río, la mano y el guante,
el pie y la bota. Más que gemelas,
son siamesas, par e impar, suerte y pesar
son el uróboro-serpiente circular
devorándonos eternamente.

La guerra no es un intervalo
es parte del espectáculo, y no sólo es tragedia,
es comedia, real o popular.
La guerra no es cruel imprevisto.
Es reincidente vicio. Es un rito
lleno de riesgos. Por eso
es mejor que el circo:

        -es donde el alegre trapecista
         vestido de kamikaze
         salta sin red ni soporte,

          se quiebran todos los platos
          y el contorsionista se parte
          en el Kamasutra de la Muerte.

Pero la guerra no es el revés de la paz,
es su cuna, y seno complementario.
Y el horror no es el revés de lo bello. El horror
no es oscuro, es la contrapartida de la luz,
Lucifer es Luzbel, brilla como Gabriel
y el terror seduce. Nada más seductor
-que Cristo muerto en la cruz.
Por lo tanto, la guerra no es sólo misa
que oficia el sacerdote, ciencia
que alucina al sabio, deporte
que fascina al fuerte. La guerra es arte.
Por eso con ardor de vanguardistas
frecuentamos la Bienal del Horror
he inauguramos la Bauhaus de la Muerte.

Pero sobre la carnicería no hay cuervos,
chacales, buitres, hienas.
Hay lindas garzas de aluminio, serenas
en un electrónico ballet.

Tal vez fuese la danza de la muerte, patética.
Pero no lo es. Apenas es otra lección de estética.
Por eso los soldados modernos
son como los médicos o los ingenieros
y ningún ministro de guerra
usa ropa de carnicero.

Guerra es guerra
             -decía el invasor violento
             violando a la monja en el convento.
Guerra es guerra
             -decía la estatua del almirante
              con su boca de cemento.
Guerra es guerra
              -decimos en el radar
               degustando al enemigo
               al norte del paladar.

Por lo tanto, no es preciso disfrazar
el amor a la guerra, con historias de amor a la Patria
y defensa del hogar. amamos la guerra
y la paz, en bigamia ejemplar.
Yo, poeta moderno y el eterno Baudelaire,
yo y hasta vos hipocrite lecteur
mon semblable, mon frère.

Queremos la batalla, aviones en llamas
navíos hundiéndose, el espectacular enfrentamiento.
De mañana abrimos vísceras de peces
con la punta de las bayonetas,
y al son del culinario clarín
hundimos nuestras dagas en los chanchos
y adornamos con medallas
 -a los muertos sobre la mesa.

Si es posible, la carne limpia, sin sangre
que el misil, lanzado a la distancia
en silencio, no salpique nuestra ropa.
Pero si fuera preciso un “baño de sangre”,
como decía Terencio: “Soy humano
y nada de lo que es humano me es extraño.”

La muerte y la guerra, por lo tanto
ya no me agarran de sorpresa.
Inscribo su efigie en la piedra
como si el dado de mi suerte
ya no rodase al azar.
Como si pasase del blanco
al negro y al blanco retornase
sin ensombrecerme jamás.

Que venga la guerra. Cruel. Total.
El atómico clarín y la génesis del fin.
Cauto como conviene a los sabios,
primero gritaré contra ese hecho
pero voraz, como conviene a la especie,
al ver que invaden mis huertas
de las hojas del banano inventaré
la ideológica bandera
y haré estallar el cuerpo de mi enemigo
antes de que ataque.

Y si él no tira, ni viene, aprovecho
su descuido de hombre débil, invado su casa
realizando mi hambre de caníbal
rugiendo bajo mi máscara de hombre.

- ¡Terrible es tu discurso, poeta!
Escucho a alguien decir.
      Terrible fue elaborarlo,
      ahora me siento libre.
      La muerte y la guerra
      ya no me pueden alarmar.
      Como Edipo perplejo
       las descifré en mis vísceras
       antes de que la dudosa esfinge
       me pudiese devorar.


Ni cínico ni triste. Animal
Humano, voy en marcha, danzas, rezos
para el gran carnaval.
Soldado, penitente, poeta
-la paz y la guerra, la vida y la muerte
me aguardan
                       -en un atómico funeral.

- ¿Se acabará la especie humana sobre la tierra?
No. Han de sobrar un nuevo Adán y Eva
para rehacer el amor, y dos hermanos:
-Caín y Abel –para reinventar la guerra.



2.Una generación se va, otra generación viene

Cuando yo era niño
y mis padres y tíos contaban sobre la dictadura
que duró 15 años, dividió sus vidas en dos
entre censuras, policías y torturas
yo los miraba como un niñito mira el desamparo de un adulto.

Hoy, mis hijas me preguntan
sobre esos 15 años de otra dictadura
que me sobrevino en plena juventud
y yo las miro como un adulto mira el desamparo de un niñito.

Tengo 40 años. escapé
de ahogos y desastres antes y después de las fiestas
y atravieso ahora la zona negra del infarto.
En breve
             estaré sin cabellos y con más arrugas en la faz.
Cuando venga de nuevo una nueva dictadura
                                               estaré viejo
y con tedio frente al espejo
contemplando el desamparo en que dejaré a mis nietos.



3. El amor, la casa y los objetos

El amor mantiene ligados los objetos.
Cada uno en su luz,
en su restricto o voluminoso
                                          modo de ser.

El amor, y solo el amor, edifica
paredes dobles, vigas maestras, tragaluces,
conductos y puertas, sumando
a la luz íntima el sol externo.

Cuando hay amor, los objetos
se tornan suaves. No hay asperezas
en sus formas y frases.

Como un gato, el cuerpo
pasea entre aristas y no se hiere.
Nada le es hostil.
Nada es obstáculo.
Nada está perdido
en el trajín de la casa.


Es como si el cuerpo, más allá de frutas y flores,
aún inmóvil, creara alas.

De ahí cierta displicencia de los objetos
                                                 en la mesa
                                              en el estante
                                                 en el piso
como cuerpos tendidos en los tapetes
                                              o en la cama,
pues es ésta la forma de permanecer
cuando se ama.
Lo que no sea así, no es amor.
Es orden exterior a las cosas.

Pues cuando amamos, los objetos nos miran
sin envidia. Por el contrario, secretas glorias
afloran de sus formas
como del cuerpo afloran los labios
y en la poltrona el pelo de su fauna aflora.

Las casas tienen raíces
                                   cuando hay amor.
Aun ratones, cucarachas y caballos,
amén de plantas y pájaros
emiten vibraciones en los subterráneos
de la casa de quien ama.

El cuerpo rezuma aromas luego del baño,
almizcle fluye de los sexos, lavanda
baña los gestos. Enrollados en sus toallas
los cuerpos como olas
se deshacen en orgasmos en la sábana de la tarde.

Los objetos entienden a los hombres, cuando hay amor.
Van a las fiestas y a las guerras, y si acaso
se suicidan cayendo de los anaqueles
son capaces de ostentar su vida
aun como naturalezas muertas.

El amor no somete, el amor arraiga
cada cosa en su lugar y, como el Sol,
pasea iluminando las espirales de oro y plata
que adornan nuestros cuerpos.

No hay límite entre la casa y el mundo, cuando hay amor.
Los amantes invaden todo a toda hora
y el paisaje del mundo al paisaje de la casa
se incorpora.



4.Noticias montadas en la TV

1.

Siento meter mi mano en vuestra sangre
para sacar poemas, pero
seis mil antílopes están siendo abaleados en Yellowstone
y ensucian mi cena.

Helicópteros y tractores los siguen por la nieve
–un antílope es demasiado oscuro si el fondo es blanco.
Antílopes y hélices,
rifle y cuerno,
pata y bala.
Todo es deporte.
Giants versus Dodgers,
Bruins versus Trojans,
bicicleta contra tanques,
trampa de liebre contra Napalms.

(Dijo el gobernador del Estado de Wyoming que sufre al verlos
abatidos en lucha desigual, sin escapatoria.
Y el guardia forestal: I’m really sorry, pues nuestra tarea sería
protegerlos. Pero habrá carne y pieles para los indios.)

2.

En Vietnam no corren antílopes.
Pero, si corrieran, tendrían que morir:
seis mil en una semana
y más aún en la estación de lluvias.

¿Cómo se escondería un vietílope
en el blanco sobre blanco?

¿Cómo se defendería en este paisaje
sin los colores de la tecnocracia?

Un vietílope corriendo en plena nieve
es más visible cuanto más sucia es la bala.
Los vietílopes hacen túneles
así las bombas de gas penetren por detrás,
se sumergen respirando por bambúes,
pero bulldozers sedientos secan los pantanos.
–Hay demasiados antílopes en esta área,
es preciso diezmarlos.
–Guerreamos porque queremos paz.
–Si no los liquidamos
en breve invadirán nuestros jardines.
No obstante, el vietílope, confundido en su edad dorada,
sustraído de su ley natural,
continúa gestando futuras muertes en los periódicos.
Tiro al blanco,
tiro al palomo,
tiro al platillo.
–¡My gosh! ¡Cómo son veloces!
–¡Mi reino por un vietílope!

3.

Plagas existen siempre.
Es imposible diezmarlas
por más clorox, ajax, solvex
que arrojemos sobre las tierras baldías.
Hoy, antílopes.
Ayer, carneros en Argentina,
          canguros en Australia,
          papagayos en el Brasil colonial.
Un día,
tortugas en la Amazonia.



5. Separación

Desmontar la casa
y el amor. Desclavar
los sentimientos
de las paredes y las sábanas.
Recoger las cortinas
tras la tempestad
de las disputas.

El amor no resistió
las balas, plagas, flores
y cuerpos intermedios.

Empacar libros, cuadros,
discos y culpas.
Esperar el infernal
juicio final del desamor.

Los vecinos se asustan en la mañana
ante los destrozos en la puerta:
–¡Parecían amarse tanto!

Hubo un tiempo:
                              una casa de campo,
                              fotos en Venecia,
un tiempo en que sonriente
el amor aglutinaba cenas y fiestas.

Se amó cierto modo de desvestirse,
de peinarse.
Se amó una sonrisa y cierto modo
de disponer la mesa. Se amó
cierto modo de amar.

No obstante, el amor parte en retirada
con sus ropas arrugadas, tropas de insultos,
maletas desesperadas, sollozos incautados.

¿Faltó amor al amor?
¿Se gastó el amor en el amor?
¿Se hartó el amor?

En el cuarto de los hijos
otra derrota a la vista:
muñecos y juguetes penden
en un collage de afectos natimuertos.

Se arruinó el amor y tiene prisa de partir
avergonzado.

¿Levantará otra casa, el amor?
¿Escogerá objetos, morará en la playa?
¿Viajará entre la nieve y la neblina?

Tonto, perplejo, sin rumbo,
un cuerpo cruza la puerta
con trozos de pasado en la cabeza
y un futuro incierto.
En el pecho el corazón pesa
más que una valija de plomo.



6. De qué ríen los poderosos

¿De qué ríen los poderosos
tan gordos y melosos,
tan doctos y ociosos,
tan eternos y onerosos?
¿Por qué se ríen atroces
como olímpicos verdugos
y oradan nuestros oídos
con alaridos y voces?
¿De qué ríe el siniestro ministro
con su melosa angustia
y su sebosa labia?
¿Por qué tan eufemístico,
muestra una risa política
con números y levíticos
y con mañas estadísticas
finge generar el génesis
y crea el apocalipsis?
¿Ríen místicos o terrenales,
con sus misterios gozosos,
esos que fraudulentos
se asientan flatulentos
en sus oficios gaseosos?
¿Ríen sin mí? ¿O en si mayor?
¿u operísticos aúllan
a los gritos como grullas
hasta que les duela el pecho,
se les revuelvan las tripas,
sin un mínimo de empacho?
¡Ah, cómo esa risa de ogro
contamina con azufre

el desayuno del pobre!
¿Se ríen con desmesura?
¿Ríen sólo con la boca?
¿Se ríen del flaco siervo
hambriento de realeza?
¿Se ríen a la entrada y aún más
 - de sobremesa?
Pero si tanto ríen juntos
¿por qué sollozan a solas
haciendo del yo de otros
triste cuerda con nosotros?



7. El torturado y su torturador

Atrapado en plena noche,
tirado al suelo en la celda,
desnudo, el cuerpo conoce
su primera humillación.
Otras vendrán: la trompada,
el shock y las amenazas,
el grito en la cerrazón.
¿Cuántos voltios
soporta un cuerpo
 - en coacción
hasta que pueda escurrirse la hiel
de la delación?
- ¿Qué busca el torturador
en las piedras del riñón
ajeno
como vil excavador?
- ¿Qué ama ese amador
de la muerte,
 ese murciélago chupador
de las criptas de la corte,
 ese jugador
del juego bruto,
 creador del luto?
El torturador se siente, y tal vez sea,
un trabajador diferente:
su trabajo es destruir
al soñador insistente,
como un médico que resolviese
matar de dolor
 -al paciente.

Bajo la tortura
lo mejor del hombre
siempre se esconde. A lo sumo,
podréis juntar en el suelo
lo poco que de él resta.
Pero soltadlo al Sol:
veréis que la verdad
de sus gestos emana.
Libre,
vistiendo la piel del día,
el torturado camina
con su cuerpo tatuado
de violencia y poesía.
Pero él no marcha solo,
sino que sigue adelante,
derecho hacia la utopía.



8. En el metro de París

No sé si será la luz
pero la cara de las personas en el metro
no es muy feliz.

Tal vez sea la luz
o el frustrante día de trabajo
las deudas
           el amor mal resuelto
el gobierno.

Tal vez sea la luz.

Pero esa mujer de ojos verdes
allí en frente
           refuta mi tesis:
la belleza
           tiene luz propia.



9. Nuevo Génesis

En el primer día
el Demonio creó el universo y todo lo que hay en él
y vio que era bueno.

En el segundo día
creó la codicia, la usura, la envidia, la gula,
la pereza, la soberbia, la ira que llamó
siete virtudes capitales
y vio que era bueno.

En el tercer día creó las guerras.
En el cuarto día creó las epidemias.
En el quinto día creó la opresión.
En el sexto día creó la mentira
y en el séptimo día, cuando iba a descansar,
hubo una rebelión en la jerarquía de los ángeles
y uno de ellos, de nombre Dios,
quiso revertir el orden general de las cosas,
pero fue exiliado
en la peor parte del Infierno: los Cielos.

Desde entonces
el Demonio y sus huestes continúan firmes
en la conducción de los negocios universales,
aunque cada cierto tiempo un serafín, un querubín
y algún hijo de Dios, provoquen protestas, milagros, revoluciones
queriendo forzar el Bien donde hay Mal.

Sin embargo, no han sido muy exitosos hasta el momento,
excepto en casos particulares
que no alteraron en nada la marcha general de la historia.



10. Pequeños asesinatos

Vegetariano
         no evito llorar
sobre las legumbres descuartizadas
en mi plato.

Tomates sangran en mi boca,
lechugas desmayan en su salsa de mostaza, aceite y limón,

cebollas sollozan sobre la pila
y oigo el grito de las papas fritas.

Como.
Como un salvaje, como.
Como tapándome los oídos, cerrando los ojos,
distrayendo el paladar en el paisaje,
con la voluptuosidad displicente
de quien mata para vivir.

En la sobremesa
continúa el verde desespero:
peras degolladas,
higos destazados
y yo chupando el cerebro
amarillo de los mangos.

Eso acá afuera. Porque adentro,
bajo la piel, una intestina disputa
me alimenta: oigo el lamento
de millones de bacterias
que el lanzallamas de los antibióticos exaspera.

Por donde voy hay luto y lucha.






martes, agosto 28, 2018

Lêdo Ivo


LÊDO IVO


Nació en Maceió (Alagoas, Brasil), el 18 de febrero de 1924. Escritor prolífico, tocó con maestría todos los géneros, desde la poesía hasta el ensayo, el periodismo, la novela o el cuento.

Perteneció a la generación brasileña del 45 y es una de las figuras más destacadas de la moderna literatura brasileña. Ocupó el asiento número 10 de la Academia Brasileña de las Letras. En su extensa obra, traducida a varios idiomas, retrata la vida cotidiana y escudriña en la condición humana. En España se han publicado algunos libros como las antologías La moneda Perdida y La aldea de la Sal, así como los poemarios Rumor Nocturno y Plenilunio.


Entre los numerosos reconocimientos y premios con que su obra ha sido galardonada, citaremos el Casa de las Américas (2009); el Rosalía de Castro, concedido por el PEN Club de Galicia (2010). Murió en Sevilla el 23 de diciembre de 2012, inesperadamente, cuando se encontraba en viaje turístico paseando por la ciudad cuando le faltaba poco para cumplir los 90 años.


1. El portón

El portón se abre el día entero
pero en la noche yo mismo lo cierro.
No espero ningún visitante nocturno
a no ser el ladrón que salta el muro de los sueños.
La noche es tan silenciosa que me hace escuchar
el nacimiento de los manantiales en los bosques.
Mi cama blanca como la vía láctea
es breve para mí en la noche negra.
Ocupo todo el espacio del mundo. Mi mano desatenta
derriba una estrella y ahuyenta un murciélago.
El latir de mi corazón intriga a las lechuzas
que, en las ramas de los cedros, rumian el enigma
del día y de la noche paridos por las aguas.
En mi sueño de piedra quedo inmóvil y viajo.
Soy el viento que palpa las alcachofas
y enmohece los arreos colgados en el establo.
Soy la hormiga que, guiada por las estaciones,
respira los perfumes de la tierra y el océano.
Un hombre que sueña es todo lo que no es:
el mar que deterioran los navíos,
el silbo negro del tren entre hogueras,
la mancha que oscurece el tambor de queroseno.
Si antes de dormir cierro mi portón
en el sueño se abre. Quien no vino de día
pisando las hojas secas de los eucaliptos
viene de noche y conoce el camino, igual que los muertos
que, aunque jamás verán, saben dónde estoy
cubierto por una mortaja, como todos los que sueñan
se agitan en la oscuridad, gritan palabras que huyeron del diccionario y respiran el aire de la noche que huele a jazmín
y a dulce estiércol fermentado.
Los visitantes indeseables atraviesan las puertas atrancadas
y las persianas que filtran el paisaje de la brisa y me rodean.
¡Oh misterio del mundo!, ningún candado cierra el portón de la noche.
En vano fue que al anochecer pensara en dormir
solo
protegido por el alambre de púas que cerca mis tierras
y por mis perros que sueñan con los ojos abiertos.
En la noche, una simple brisa destruye los muros de los hombres.
Aunque mi portón amanece cerrado
sé que alguien lo abrió, en el silencio de la noche,
y asistió en lo oscuro a mi sueño inquieto.



2. Los pobres en la central de autobuses

Los pobres viajan, en la central de autobuses
levantan los cuellos como gansos para mirar
los letreros del autobús. Sus miradas
son de quien teme perder alguna cosa:
la valija que guarda un radio de pilas y una chaqueta
que tiene el color del frío en un día sin sueños,
el sandwich de mortadela en el fondo de la bolsa,
el sol del suburbio y polvo más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los altoparlantes y el acelerar del autobús
temen perder su propio viaje
oculto en la niebla de los horarios.
Los que dormitan en los asientos despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean privilegio
de los que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapa la nariz de los muertos.

En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Qué grotescos los pobres! ¡Y cómo sus olores
incomodan a pesar de la distancia!
No tienen la noción de las conveniencias, no se saben comportarse.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado
que del sueño retuvo apenas la legaña.
Del seno caído y dilatado escurre un hilillo de leche
hacia la pequeña boca habituada al llanto.
En la plataforma van y vienen, corren, aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas inconvenientes en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con el aire de espanto
de quien no sabe el camino del salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? Y esas ropas extravagantes,
esos amarillos de aceite de palmera que duelen a la vista delicada
del viajante obligado a soportar tantos olores incómodos.
¿Y esos rojos contundentes de feria y parque de diversiones?
Los pobres no saben viajar ni vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción del bienestar
aunque algunos poseen hasta televisión.
La verdad es que los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante).
En cualquier lugar del mundo incomodan,
........ viajeros inoportunos que ocupan nuestros lugares, aunque viajemos sentados y
........ ellos de pie.




3. El sol de los amantes

El oficio de quien ama es ver
un sol oscuro sobre el lecho,
y en el frío, nacer al fuego
de un verano que no dice su nombre.

Es ver, constelación de pétalos,
la nieve caer sobre la tierra,
algodón del cielo, aire del silencio
que nace entre dos espaldas.

Es morir claro y secreto
cerca de tierras absolutas,
del amor que mueve las estrellas
y encierra a los amantes en un cuarto.



4. El sueño de los peces

No puedo admitir que los sueños
sean privilegio de las criaturas humanas.
Los peces también sueñan
En el lago pantanoso, entre pestilencias
que aspiran a la densa dignidad de la vida,
sueñan con los ojos abiertos siempre.

Los peces sueñan inmóviles, la bienaventuranza
del agua fétida. No son como los hombres, que se agitan
en sus lechos estropeados. En verdad,
los peces difieren de nosotros, que todavía no aprendemos a soñar.
Y nos debatimos como ahogados en el agua turbia
entre imágenes hediondas y espinas de peces muertos.

Junto al lago que yo mandé cavar,
volviendo la realidad a un incómodo sueño de infancia
pregunto al agua oscura. Las tilapias se ocultan
de mi sospechoso mirar de propietario
y se resisten a enseñarme cómo debo soñar.



5. Reaparición de mi padre

Hoy, por casualidad, volví a ver a mi padre
en su mañana forense.
En un traje de casimir aunque fuera verano
él entraba y salía de los despachos
y atravesaba la calle del Comercio
con su carpeta marrón, lentes de tortuga
y sombrero de fieltro.

De vez en cuando mi padre paraba en algún lugar:
en la Junta Comercial, en una ferretería, a la puerta de una zapatería.
Con su mirada miope contemplaba el rostro de Carole Lombard en el cartel del cine Floriano.
Entraba en el Bar Colombo para mear.
Proseguía su camino
entre mendigos, trabajadores eventuales y ministerios públicos
y se sumía en la obscuridad de una tienda de raya.

Mi padre iba y venía en el centro de Maceió.
Yo presumía que él estuviera vivo.
Sólo me rendí a su muerte lenta
cuando pasó cerca de mí sin reconocerme.
Entonces supe lo que era la muerte.
Y al mismo tiempo supe lo que es la vida:
el lugar donde hay sol y las personas se hablan.



6. Los murciélagos

Los murciélagos se esconden entre las cornisas
de la aduana. Pero ¿dónde se esconde los hombres,
que, a pesar de todo, vuelan la vida entera de lo oscuro,
golpeándose contra las paredes blancas del amor?

La casa de mi padre estaba llena de murciélagos
colgantes, como lamparillas, de las viejas viguetas
que sostenían el tejado amenazado por las lluvias.
“Estos hijos chupan nuestra sangre” suspiraba mi padre.

¿Qué hombre tirará la primera piedra sobre este mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de otros animales
(¡hermano mío! ¡mi hermano!) y, comunitario, exige
el sudor del semejante aún en la oscuridad?

En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el relleno de su almohada, en la luz del farol
el hombre guarda las monedas doradas de su amor.
Pero el murciélago, durmiendo como un péndulo, sólo guarda el día ofendido.

Al morir, nuestro padre nos dejó (a mí y mis ocho hermanos)
su casa donde en la noche llovía por las tejas quebradas.
Cancelamos la hipoteca y conservamos los murciélagos.
Y entre nuestras paredes ellos se debaten: ciegos como nosotros.



7. La capa
En el suelo de la infancia voy a encontrar
todos los objetos que perdí:
la capa azul, el libro de grabados,
el retrato del hermano muerto
y tu boca fría, tu boca fría.

Mi capa azul, en el suelo de la infancia,
cubre los objetos y las alucinaciones.
Es una capa azul, de un azul profundo
como en ningún tiempo podrá ser encontrado.
Un azul como éste, ya no existe jamás.

Y a todos ustedes que son puros o relapsos,
vírgenes en el invierno y repulsivos en el verano,
les hago mi petición de azul profundo:
cúbranme, con esta capa el día en que muera.

Cuando esté muriendo, pueden tener la certeza,
una capa azul, de un azul profundo,
envolverá mi cuerpo de la cabeza a los pies.



8. El hombre vivo

Me felicito a mí mismo por ser transitorio.
Siempre tuve miedo de la eternidad,
ese gran perro obscuro que me olfateaba las piernas
y me seguía sin morder.

Aguardando a la muerte como quien espera una carta
traída por un cartero divino,
nada tengo para las fiestas del día siguiente.
Toda mi vida fue este esperar sin fin.
Entre el sueño y el mar total, en el paisaje celeste,
solté mi cometa.
Vi el farol de mi tierra, y mi infancia entera
estirada en cien leguas delante del mar.

Nada quiero de ti, Muerte, ni aún las recompensas del otro lado
con que amenizas el fin de los que sufrieron mucho.
Dame apenas el sueño sólido de los que mueren
y son llevados a la tierra de los pies juntos.

Que la vida sea un sueño, y los sueños sean sueños
del sueño desdoblado de los que viven.
Efímero, late en el tiempo un corazón solitario
y la sombra de la tierra es poca para cubrirlo.



9. Oficio de la mortaja

Futuro, el vivo yace dentro del muerto
y su mano inmóvil no fustiga
las moscas circundantes, ni las flores
reales y metafóricas que lo rodean.
El hombre muerto desvive y forja la fábula
de una tumba cambiada en luz y altura.
Las moscas abren las alas para verlo
pasar en dirección a la eternidad.
¡Oh gloria de estar muerto y reclamar
el Reino prometido a todos los hombres
que en el muro de la vida buscaron
el portón del jardín del Paraíso!
Y el muerto siente el olor de las frituras
en el restaurante cercano de la capilla:
los vivos comen carne y beben lágrimas.
Y el sudor de los que se aman, y el estremecimiento
de las ortigas a los vientos funerarios
y las heces que, en el mar, hablan de los hombres,
a todo atento el lúcido finado,
y su oreja nota el anacoluto
de la pálida viuda en negro duelo;
y sus ojos contemplan, formidables,
el tránsito soberbio de la ciudad
cuando anochece, abeja gigantesca,
babilonia de luz, música y vidrio.
El antiguo transeúnte que hay entre los muertos
lo convida a tomar café de pie
a la puesta del sol que huele a sandwich
y a gasolina –-adiós, oh vida inmensa
que se nutre de risa, polvo y plegaria,
adiós, oh papagayo que haces cabriolas,
adiós, rodillas amadas, brisa pura
de la playa, a todo adiós. No sólo de moscas
vive, crucificado y mudo, el muerto.
Guerrero de lo absoluto, mata a la muerte.
Ser de promesa, horizontal y póstumo,
el hombre vive de la espera. Y ni difunto
renuncia a su eternidad.



10. El paso

Que me dejen pasar — es lo que les pido
delante de la puerta o delante del camino.
Y que nadie me siga en el paso.
No tengo compañeros de viaje
ni quiero que nadie se quede a mi lado.
Para pasar exijo estar solo,
solamente conmigo acompañado.

Pero si me prohibieran el paso
por ser diferente o indeseado
de todos modos, pasaré.
Inventaré la puerta o el camino.

Y pasaré solo.




Vistas de página en total