martes, junio 18, 2019

Michael Quevedo Cobo


MICHAEL QUEVEDO COBO

Biografía

(Piura-1981). Egresado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Federico Villarreal. Estudió Filosofía en la Facultad de Humanidades, en la referida casa de estudios. Difusor cultural en asociación Alianza Francesa de Lima. Participó en diversos talleres de narrativa y periodismo; asimismo, colaboró para algunos medios alternativos, boletines, fanzines y sitios web literarios: Subterráneo, Insania, In situ, La Espiral, Mamotreto, Irrupción Poétika, La página de los cuentos, entre otros. Actualmente, es autor del blog esferanegra0, así como de Ante los ojos de nadie, poemario inédito, próximo a publicar.


Sus poemas


Palabras finales

Palabras finales.
Una melodía abierta al corazón,
a la musa del verso visceral y solitario,
al ser inadvertido, en algún tiberio sin remedio.
 Palabras finales, incontables,
susurran una elegía matutina,
la caída libre del ángel
 que protege tu ánima acuitada,
 la razón de ser, de tu efímera existencia, cada día más pesada.

Palabras finales, esas que dicen amarme,
como se expone el arte amatorio,
un ósculo en sollozos,
una fémina dispuesta a complacerte,
sin pedirte nada a cambio.

Palabras finales, las del trovador errante,
de los años que, inevitables, pasaron presumiendo anhelantes,
tiranizando, a rajatabla, las primaveras de tu bisoña y preciada juventud.

Palabras finales, de tu libro dedicado por efímeras amistades,
garabateado por el efebo de tu interior, gritando a mares,
asesinando tu último desamor.

Hoy fue el epílogo de un diminuto instante de tu vida.
Muchos -con la potencia visual reducida
no vieron lo que realmente contenía.

Pocos izaron la bandera apátrida de tu poesía.



Ditirambo

Añado una estrofa calcinante
hambrienta de música y poesía,
pues intacta azula la memoria
y la musa está viva todavía.

Porque me devuelven el perfume halagüeño,
con sutil júbilo aparte,
 pues de prescindir del arduo empeño
no viviría del arte, absorto y sin remedio.

Porque este corazón flagrante
arrecia cautivo el don de la voz anhelante
 que cosifica y sublima a la palabra,
 la voluntad firme de hacerla eterna, con el alma.



Vómito negro

Mayo,
sábado corto de alcohol y nicotina en las venas.
Aplaca las ansias,
 la sed de esta afásica garganta.

Ciertas siluetas bambolean insurrectas,
al son endemoniado ochentero
sobre el húmedo madero.

Nada es óbice esta noche para retozar hilarante
envueltos de humo,
atestados de fuego.

Acaso, a decir las verdades que nunca se dijeron,
que colisionaron de pronto,
al brindis de un ron de caña almibarado.

 ¡Y más trago y pitillo en mano!

Porque nadie nos representa,
nada fragua ni violenta.
No obstante un cuerpo desciende intoxicado,
como una otoñal hoja hollinienta
en el confín de su fango;
desciende, con los húmeros abiertos,
 temblando, inmolando sueños.

¡Oh, madre! ¡Creyeron que estaba muerto!

 Y un silencio sepulcral invadió su paradero,
su alegría y su tristeza,
su enfermizo estado.

 Al pie de una farola,
brillaban, a lo lejos, una esfera metálica y unas gafas viejas.

Lo llevaron totalmente ebrio y sórdido a su casa... Vómito negro.



 Cinco minutos

La voz firme, escuchando.
 Enfoco la mirada hacia el océano,
atardeceres rutinarios.
Solo la noche me devuelve el alma extraviada en su brisa amarilla.
El cuerpo va tomando otra forma,
los años son teoría, vivencias, letanías, copas e intimidades.
 Acaso el risueño niño que no supimos cuándo dejó de serlo.
Acaso otra materia incierta esperando el cielo o su otro infierno,
su vacío, su nada, su éter, su génesis, su espacio soterrado
o su libertad sin ideales, sin flores en el féretro.

Si no es todo ello, ¿qué esperamos entonces?
¿Más simposios, conversatorios, terapia, pensamientos leídos,
reflexiones sin conclusiones?
¿Qué esperamos, nosotros los solitarios?
Enfrentamos el caos y su belleza demoníaca.
 Izamos la bandera apátrida, testimonios de un pueblo oprimido, ignaro y lavado de cerebro.
El capitalismo, el comunismo, el marxismo y todos los "ismos”, ¡que se vayan a la mierda!
No necesitamos ideologías enfrascadas, retrógradas y nefastas,
esas que apestan a caviar o a un puñado de estiércol.
 Prefiero sentarme en una butaca de cine mudo
y reírme de este circo y su parafernalia,
de tartufos y comediantes de su propio ideal.
Prefiero ahondar en el silencio, porque es ahí en que me encuentro,
cubierto con el cendal de esta vida corta y absurda,
a veces, con sinuosos labios de oreja a oreja,
alucinando ilusionado, perplejo y lúcido,
hambriento de círculos pecaminosos o en condiciones de aislamiento.

¡No me jodan de vuelta!

Así como la necesidad tiene cara de hereje,
la expresividad se disfraza, esta vez, de un sábado, beodo por la noche, en el inodoro con heces.



Tu imagen

Tu imagen está ahogada en un río añil,
acaso desbocada en el espejo,
deshecho como una lluvia de granizo que surca mi pecho,
o conserve el perfume otoñal impregnado en una tibia noche que no volverá jamás a su lecho,
aun cuando logre vislumbrar tu rostro, neblinoso, languidecer de pronto
en mi recuerdo,
o un coro de ángeles invoque tu nombre en el cenit de su misterio.
Ya nada podrá acercarte a mi camino farragoso y perdido
a mis horas inmensas y perpetuas que acompañan mi carne despoblada en el diámetro de su vacío.

 Tu imagen se ha ido, como se van las amistades con los años,
 y queda solo un reflejo tenue en la llanura,
 en esos olvidados resquicios del desamor y la locura.

Tu imagen la enfrento, ya ausente, con mi pesar y ansias de verte,
como una dulce melodía que susurra una elegía,
cuando no la agonía de no tenerte nunca más en mi vida.






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