lunes, junio 10, 2019

Dany Cruz



DANY CRUZ

Biografía

(Piura, 1983). Poeta y editor. Estudió Humanidades y Filosofía en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya SJ, Lima. Es autor del libro Rueca del Insomnio (Lima: Pakarina, 2013), que obtuvo una mención honrosa en el Premio Nacional de Poesía PUCP 2007. En su más reciente publicación,con el título Nuevo Sol (Lima: Pakarina y CortaRama, 2015), Dany Cruz vuelve a explorar los límites formales y materiales del verso (y la versificación), esta vez en el estrechísimo espacio del hai-ku, poema breve de origen japonés cuya introducción a la lengua castellana fue realizada hace un siglo por el poeta mexicano José Tablada. Si en Rueca del Insomnio prima la atmósfera cargada de penumbra y de misterio, en Nuevo Sol, en cambio, todo es resplandeciente, más llano y transparente, precisamente porque se trata de una luz renovada y renovadora. Pero la exploración poética de Cruz no ha sido solo un recorrido por las formas canónicas y clásicas, que revela sus afinidades con las tradiciones latinoamericana e hispanoamericana. También ha explorado el verso libre de aliento conversacional, donde el yo se diluye hasta perderse en la polifonía, como en Colán y los despistados (Lima:CortaRama, 2006), o sus primeros escarceos con el verso breve y parco, íntimo, que expresa el desencanto y la desolación interior, como en Desencuentro (Piura: CortaRama, 2003). Poemas suyos aparecen en Ausente ardor de arena & algarrobos. Antología de la poesía piurana contemporánea (2017).



Sus poemas

Descabezado

Sé que un día fui a la playa
Y olvidé el abecedario aturdido por la arena ardiente
La mar: la mar entraba a saco por mis venas
Y una malagua se escurría hasta dejar mi vientre intacto y reluciente
Entonces miré mis manos (solo por ver si aún las tenía
(aun cuando no fuera necesario
Y en el extremo de mis dedos reconocí al Sol los anillos de Saturno
Tu ropa de baño morena no era más mi fiebre mi sopor
Una ola infinita suspensa en mi pupila
Y tu navegando sobre la caparazón de una tortuga divina



Olor a bodega antigua

La tierra húmeda el barro la arena mojada
mis travesías cuesta arriba
una botella de aceite un kilo de camote una aguja capotera un metro de naylon
con el vuelto cómprate un par de bolichas
esa cuesta una callecita sin nombre sin peldaños bajo la lluvia estación duradera
correr cuesta arriba sin más corceles que el propio aurigaba librado a su propio ímpetu mañanero
el Sol doraba tus cabellos tus pies bien asentados en la tierra correr es un juego
hasta levantar vuelo —amanece por segunda vez en Mercurio—
en la esquina una vedera de cemento medio metro arriba de la tierra
manzanas rosales y nísperos codicia de mis encias precoces (no eres más un pirañita)
veinte pasos hacia la izquierda subir galopante por la calle Salaverry —por el poeta, por el puerto—
veinte pasos hacia la derecha seguir subiendo por aquella bajada de adoquines invisibles que suenan como un piano tremolante a tu paso canta frena en seco vuela si caes
no te rompas la cabeza en el filo de la vereda nadie te ve caer, cometa de papel
nadie percibe tus pasos ni tu sangre veloz
solo fuiste a por el mandado —compraste clavos donde don Néstor, que te llamó panamo y, tras una pausa solemne (pomos llenos de bolichas, pitas para los trompos, arreos para las mulas),
panamito—por tu forma de frejol frijol ese aroma sereno de las semillas.



Ch’ulla

Coloca, despacio, la redonda palabra sobre el vacío sin fondo.
Distendida, así, se aleja de ti, te expulsa de tu voz.
Te devuelve.
Ahora te escucha murmurar como un rumor de alas o de rocas
bajando por las faldas de la noche sinuosa hasta la quebrada de este hallazgo.
Te oye y envuelve tu corazón entre el tabique y el martillo.
Hablas más bien como un extranjero.
Hablas en vez de mí con palabras rotas, desojadas en el pozo de las magnolias.
Me llevas hasta la serenidad de la que despierta en la transparencia
de su más remoto sueño. Ya no echarás de menos estas manos:
una suelta de otra, se parten en pedazos y son cometas que se desintegran
y entran en un nuevo estado de ser, llenas de presagios: ellas,
que presagian la suma y etérea impaciencia del silencio, callan
y tus ojos, estrellas nebulosas, se abisman en el entrecejo del misterio.
¿De qué lado del silencio estás, junto a una ventana
que avanza a tramos fijos, que se detiene
entre los nardos, mariposa opaca e invisible? Discurres
cual la Luna, sabiendo que asciendes, con la experiencia en manojos,
aplicas inyectables entre frascos de canela,
entre onzas, al menos; en cualquier caso: sabes que el miedo que se siente
al soñar es un miedo verdadero. Ya no digo tu ausencia.
Debo llevar a cabo esta tarea, Julia, lograr, digo,
querer con cariño de querencia este silencio,
o faltar, arriba o abajo de las cúpulas,
fijo numen luminoso, nuestro corazón,
esta palabra tendida, idéntica a ti y a tu silencio.



Destierro

A Antonio Cisneros, in memoriam

Mi mano arde, alta,
transparente a todas las luces,
más liviana que todos los espectros.

Las semillas se quedaron en mi garganta.
De ella brotan los árboles frutales:
naranjas doradas que aturden
con su brillo a todos los impostores,
incluido mi pie y sus zapatitos de charol prestados.

No hay centro para este universo.
La ola que rompió su propio equilibro
dura para siempre y no despierta queja.

He conocido todas las formas del encierro:
mis huesos duraron más que todos los fardos
y han aprendido
que resisten todas las enredaderas
todas las lianas
todas las raíces
todas las aguas

Pasajero varado en las fronteras difusas
de los días y las noches
reviso la redondez de mis piedras
y pulo sus lomos irascibles
para que los hombres conozcan el invierno
y las mujeres alumbren el verano
cada día

Camino con las manos en el cielo y los pies
colgando hacia la tierra



De profundis

Volví a desprenderme de la viga: mis manos
no lograban asirse a ninguna palabra más.
Me dejé caer en el vacío infinito. Confundí
el vértigo de la caída con la locura de los místicos.
Mi cuerpo se desintegraba en partículas de luz.
No fue sino hasta que me hube vuelto incorpóreo
que llegué a toparme con la Voz.

Supe que había llegado al fondo:
que más abajo ya no podría descender.
Todo era plano, como las piedras
que daban consistencia al eco. La Voz,
callada como el mar o como una sombra,
empozaba su ponzoña en mis oídos: me taladraba
el intestino con un reclamo de siglos y siglos;
me advertía de augurios y presagios
desatendidos por los notables de las comarcas
aledañas a mi sangre.
Al principio mi garganta
repetía el mismo rumor: campanillas sueltas
pululaban entre los árboles sombríos. Pude distinguir
los ojos de Dante, obnubilado con la guía
de un sátrapa erudito que había usurpado
la identidad de Virgilio. Me abstuve de perturbarlo:
la Voz me llamó a prudencia.
Dócilmente, el florentino
se dejaba llevar por canteras y peñascales
con una obsesión firme que, era notorio,
confundía con la determinación divina de un destino.

No hay tal, escuché gruñir a la Voz:
la mente de los hombres
nada sabe de lo insondable. A menudo llaman insondable
a su desgano y a su temor. No hay nacimiento ni muerte.
Solo el silencio imperturbable de la Voz
que calla para ir más allá de sí misma, allende
ningún poeta llegará jamás.



Plan para un poema arácnido

Tema: picadura de araña
Lugar: parte interna posterior del muslo derecho
Esquema formal: ocho líneas
Esquema material: Quiaismo y paralelismo
Sensaciones: Adormecimiento, placer venenoso
Advertencia: evite el endecasílabo
Musa a invocar: la Musaraña
Título: Aracné






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Twitter: @kronnopius


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