JOSÉ MARTÍ
Nació el 28 de enero de 1853 en
La Habana, Cuba.
Hijo de Mariano Martí Navarro,
militar español, y de su esposa también española, Leonor Pérez Cabrera,
originaria de las Islas Canarias. Fue el mayor de siete hermanas: Leonor,
Mariana, María de Carmen, María de Pilar, Rita Amelia, Antonia y Dolores. Le
bautizaron el 12 de febrero en la iglesia de Santo Ángel Custodio.
Cuando tenía cuatro años, su
familia se trasladó de Cuba a Valencia, España, tierra de su padre, pero dos
años más tarde regresaron a la isla y asistió a una escuela pública local, en
el barrio de Santa Clara, donde su padre trabajó como guardia de prisión. Cursó
estudios en el colegio San Anacleto, donde conoció a Fermín Valdés Domínguez, y
en la Escuela Municipal de Varones de La Habana, dirigida por Rafael María
Mendive. A los diez años escribía correctamente y a los trece ingresó en la
segunda enseñanza.
De adolescente dirigió
publicaciones estudiantiles. En 1867, se inscribió en la Escuela Profesional de
Pintura y Escultura de La Habana, conocida como San Alejandro, para tomar
clases de dibujo.
Cuando la Guerra de los Diez
Años estalló en 1868, José y su amigo Fermín se unieron la causa nacionalista
cubana. El 21 de octubre de 1869, fue detenido y encarcelado bajo la acusación
de traición y soborno; Martí confesó los cargos y fue condenado a seis años de
prisión. Su madre escribió cartas al gobierno solicitando su libertad, y su
padre contrató a un abogado amigo. Fue obligado a realizar trabajos forzados en
las canteras de La Habana. Poco después le indultaron y le trasladaron a Isla
de Pinos. Se le conmutó la pena por el destierro.
El 15 de enero de 1871, parte
con rumbo a España. En Madrid publicó su denuncia El presidio político en Cuba.
Cursó estudios en la Universidad de Madrid; en mayo de 1873, en la Universidad
de Zaragoza, realizando el bachillerato paralelamente con los estudios
universitarios. El 27 de junio de 1874, recibió el título de bachiller. El 24
de octubre, se graduó en Filosofía y Letras. Salió de España y visitó otras
ciudades de Europa.
En enero de 1875, llegó a
Inglaterra desde donde partió hacia México. El 8 de febrero, desembarcó en
Veracruz, continuando su viaje hacia la capital del país. Publicó por entonces
en la Revista Universal y en El Federalista.
En 1876, contrajo matrimonio
con Carmen Zayas Bazán, con quien tuvo a su único hijo: José Francisco Martí
Zayas-Bazan, "Ismaelillo" (1878-1945). En 1878 regresó a su país.
Trabajó como abogado y obtuvo
permiso para impartir clases. Fue detenido el 17 de septiembre de 1879 siendo
deportado nuevamente hacia España acusado de conspiración. El 3 de enero de
1880, llegó a Nueva York, donde le nombraron vocal del Comité Revolucionario
Cubano.
Reconocido como la figura
política más universal de su tiempo, considerado un brillante periodista,
ensayista de primera línea, poeta excelso, diplomático al servicio de varios
países, catedrático de lengua inglesa, literatura francesa, italiana y alemana
y de Historia de la Filosofía, políglota, crítico de arte y literatura,
traductor y renovador de la lengua. Admirado intelectual que, en un siglo
dominado por lo europeo, confirió universalidad a las letras hispanoamericanas.
Al igual que otras figuras ilustres de la independencia americana, fue iniciado
en la Masonería. Organizó un partido, un ejército y una guerra. Fue un
respetado jefe que puso bajo su mando a una pléyade de curtidos generales.
Martí fue el primero en
incorporar la estética al discurso político, describiendo las monstruosidades
de la esclavitud con una belleza que reforzaba la repulsa. Denunció el
colonialismo español sin ofender a España y describió los defectos de la
sociedad norteamericana, sin deponer su admiración por las realizaciones de sus
sabios y de su pueblo.
En 1892, fundó el periódico
Patria, y en 1894, encabezó a un grupo de revolucionarios armados que
pretendían invadir Cuba, acción que fue interceptada en Florida, teniendo que
regresar.
El 11 de abril de 1895,
desembarcó con Máximo Gómez y otros cuatro patriotas en Playitas, provincia de
Oriente. El 15 de abril recibió los grados de Mayor general del Ejército
Libertador. El 25 de marzo de 1895, lanzó en Santo Domingo el memorable
Manifiesto de Montecristi. El 18 de mayo escribió a Manuel Mercado una carta
que está considerada como su testamento político.
Casi nunca gozó de buena salud.
A los 18 años se le diagnosticó sarcoidosis en España, y probablemente también
sufrió de problemas oculares, del sistema nervioso, cardíacos y fiebres. Se
cree que también padeció un sarcocele (tumor quístico de testículo) con
abundancia de líquido. Para aliviar su dolor se le puncionaba continuamente.
Finalmente, el tumor le fue extirpado.
Poco después de haber regresado
a Cuba para iniciar la que llamó "la guerra necesaria", murió cuando
cabalgaba, sin saberlo, vestido de negro sobre un caballo blanco hacia un grupo
de soldados españoles ocultos, siendo alcanzado por tres disparos que acabaron
con su vida en Dos Ríos, cerca de la confluencia de los ríos Contramaestre y
Cauto, el 19 de mayo de 1895.
Fue sepultado el día 27, en el
Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.
1. La Niña de Guatemala
Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.
...Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.
...Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.
Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!
...Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!
2. En ti pensaba, en tus cabellos
En ti pensaba, en tus cabellos
que el mundo de la sombra envidiaría,
y puse un punto de mi vida en ellos
y quise yo soñar que tú eras mía.
Ando yo por la tierra con los ojos
alzados - ¡oh, mi afán!- a tanta altura
que en ira altiva o míseros sonrojos
encendiólos la humana criatura.
Vivir: -Saber morir; así me aqueja
este infausto buscar, este bien fiero,
y todo el Ser en mi alma se refleja,
y buscando sin fe, de fe me muero.
3. Yo soy un hombre sincero
Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.
Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.
Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.
Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.
He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.
Rápida, como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.
Temblé una vez -en la reja,
A la entrada de la viña, -
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.
Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: -cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcaide llorando.
Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro, -es
Que mi hijo va a despertar.
Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.
Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.
Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.
Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.
Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.
Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.
4. La copa envenenada
¡Desde que toqué, señora, vuestra mano
Blanca y desnuda en la brillante fiesta,
En el fiel corazón intento en vano
Los ecos apagar de aquella orquesta!
Del vals asolador la nota impura
Que en sus brazos de llama suspendidos
Rauda os llevaba -al corazón sin cura,
Repítenla amorosos mis oídos.
Y cuanto acorde vago y murmurio
Ofrece al alma audaz la tierra bella,
Fíngelos el espíritu sombrío-
Tenue cambiante de la nota aquella.
¡Oigola sin cesar! Al brillo, ciego,
En mi torno la miro vagorosa
Mover con lento son alas de fuego
Y mi frente a ceñir tenderse ansiosa.
¡Oh! mi trémula mano bien sabría
Al aire hurtar la alada nota hirviente
Y, con arte de dulce hechicería,
Colgando adelfas a la copa ardiente,
En mis sedientos brazos desmayada
Daros, señora, matador perfume:
Mas yo apuro la copa envenenada
Y en mí acaba el amor que me consume.
5. Es rubia: el cabello suelto
Es rubia: el cabello suelto
Da más luz al ojo moro:
Voy, desde entonces, envuelto
En un torbellino de oro.
La abeja estival que zumba
Más ágil por la flor nueva,
No dice, como antes, «tumba»:
«Eva» dice: todo es «Eva».
Bajo, en lo oscuro, al temido
Raudal de la catarata:
¡Y brilla el iris, tendido
Sobre las hojas de plata!
Miro, ceñudo, la agreste
Pompa del monte irritado:
¡Y en el alma azul celeste
Brota un jacinto rosado!
Voy, por el bosque, a paseo
A la laguna vecina:
Y entre las ramas la veo,
Y por el agua camina.
La serpiente del jardín
Silba, escupe, y se resbala
Por su agujero: el clarín
Me tiende, trinando, el ala.
¡Arpa soy, salterio soy
Donde vibra el Universo:
Vengo del sol, y al sol voy:
Soy el amor: ¡soy el verso!
6. Canto de Otoño
Bien; ¡ya lo sé!: -la muerte está sentada
A mis umbrales: cautelosa viene,
Porque sus llantos y su amor no apronten
En mi defensa, cuando lejos viven
Padres e hijo. -al retornar ceñudo
De mi estéril labor, triste y oscura,
Con que a mi casa del invierno abrigo,
De pie sobre las hojas amarillas,
En la mano fatal la flor del sueño,
La negra toca en alas rematada,
Ávido el rostro, - trémulo la miro
Cada tarde aguardándome a mi puerta
En mi hijo pienso, y de la dama oscura
Huyo sin fuerzas devorado el pecho
De un frenético amor! Mujer más bella
No hay que la muerte!: por un beso suyo
Bosques espesos de laureles varios,
Y las adelfas del amor, y el gozo
De remembrarme mis niñeces diera!
...Pienso en aquél a quien el amor culpable
trajo a vivir, - y, sollozando, esquivo
de mi amada los brazos: - mas ya gozo
de la aurora perenne el bien seguro.
Oh, vida, adiós: - quien va a morir, va
muerto.
Oh, duelos con la sombra: oh, pobladores
Ocultos del espacio: oh formidables
Gigantes que a los vivos azorados
Mueren, dirigen, postran, precipitan!
Oh, cónclave de jueces, blandos sólo
A la virtud, que nube tenebrosa,
En grueso manto de oro recogidos,
Y duros como peña, aguardan torvos
A que al volver de la batalla rindan
-como el frutal sus frutos-
de sus obras de paz los hombres cuenta,
de sus divinas alas!... de los nuevos
árboles que sembraron, de las tristes
lágrimas que enjugaron, de las fosas
que a los tigres y víboras abrieron,
y de las fortalezas eminentes
que al amor de los hombres levantaron!
¡esta es la dama, el Rey, la patria, el
premio
apetecido, la arrogante mora
que a su brusco señor cautiva espera
llorando en la desierta espera barbacana!:
este el santo Salem, este el Sepulcro
de los hombres modernos: -no se vierta
más sangre que la propia! No se bata
sino al que odia el amor! Únjase presto
soldados del amor los hombres todos!:
la tierra entera marcha a la conquista
De este Rey y señor, que guarda el cielo!
...Viles: el que es traidor a sus deberes.
Muere como traidor, del golpe propio
De su arma ociosa el pecho atravesado!
¡Ved que no acaba el drama de la vida
En esta parte oscura! ¡Ved que luego
Tras la losa de mármol o la blanda
Cortina de humo y césped se reanuda
El drama portentoso! ¡y ved, oh viles,
Que los buenos, los tristes, los burlados,
Serán en la otra parte burladores!
Otros de lirio y sangre se alimenten:
¡Yo no! ¡yo no! Los lóbregos espacios
rasgué desde mi infancia con los tristes
Penetradores ojos: el misterio
En una hora feliz de sueño acaso
De los jueces así, y amé la vida
Porque del doloroso mal me salva
De volverla a viví. Alegremente
El peso eché del infortunio al hombro:
Porque el que en huelga y regocijo vive
Y huye el dolor, y esquiva las sabrosas
Penas de la virtud, irá confuso
Del frío y torvo juez a la sentencia,
Cual soldado cobarde que en herrumbre
Dejó las nobles armas; ¡y los jueces
No en su dosel lo ampararán, no en brazos
Lo encumbrarán, más lo echarán altivos
A odiar, a amar y a batallar de nuevo
En la fogosa y sofocante arena!
¡Oh! ¿qué mortal que se asomó a la vida
vivir de nuevo quiere? ...
Puede ansiosa
La Muerte, pues, de pie en las hojas secas,
Esperarme a mi umbral con cada turbia
Tarde de otoño, y silenciosa puede
Irme tejiendo con helados copos
Mi manto funeral.
No di al olvido
Las armas del amor: no de otra púrpura
Vestí que de mi sangre.
Abre los brazos, listo estoy, madre Muerte:
¡Al juez me lleva!
¡Hijo! ...Qué imagen miro? qué llorosa
Visión rompe la sombra, y blandamente
Como con luz de estrella la ilumina?
Hijo!... qué me demandan tus abiertos
Brazos? A qué descubres tu afligido
Pecho? Por qué me muestran tus desnudos
Pies, aún no heridos, y las blancas manos
Vuelves a mí?
Cesa! calla! reposa! Vive: el padre
No ha de morir hasta que la ardua lucha
Rico de todas armas lance al hijo!-
Ven, oh mi hijuelo, y que tus alas blancas
De los abrazos de la muerte oscura
Y de su manto funeral me libren!
7. Bosque de rosas
Allí despacio te diré mis cuitas;
Allí en tu boca escribiré mis versos!—
Ven, que la soledad será tu escudo!
Pero, si acaso lloras, en tus manos
Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas
Borraré los extraños versos míos.
Sufrir ¡tú a quien yo amo, y ser yo el casco
Brutal, y tú, mi amada, el lirio roto?
Oh, la sangre del alma, tú la has visto?
Tiene manos y voz, y al que la vierte
Eternamente entre la sombra acusa.
¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
De almas, y hay villanos matadores!
Al bosque ven: del roble más erguido
Un pilón labremos, y en el pilón
Cuantos engañen a mujer pongamos!
Esta es la lidia humana: la tremenda
Batalla de los cascos y los lirios!
Pues los hombres soberbios ¿no son fieras?
Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo
Mi bestia muerta, y mi furor domado.—
Ven, a callar; a murmurar; al ruido
De las hojas de Abril y los nidales.
Deja, oh mi amada, las paredes mudas
De esta casa ahoyada y ven conmigo
No al mar que bate y ruge sino al bosque
De rosas que hay al fondo de la selva.
Allí es buena la vida, porque es libre—
Y la virtud, por libre, será cierta,
Por libre, mi respeto meritorio.
Ni el amor, si no es libre, da ventura.
¡Oh, gentes ruines, las que en calma gozan
De robados amores! Si es ajeno
El cariño, el placer de respetarlo
Mayor mil veces es que el de su goce;
Del buen obrar ¡qué orgullo al pecho queda
Y cómo en dulces lágrimas rebosa,
Y en extrañas palabras, que parecen
Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa
La de fingir amor! Pues hay tormento
Como aquél, sin amar, de hablar de amores!
Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!
Ven, que la soledad será tu escudo!
8. Flores del cielo
Leí estos versos de Ronsard:
«Je vous envoie un bouquet que
ma main
Vient de trier de ces fleurs
épanouies»,
y escribí esto:
¿Flores? ¡No quiero flores! Las del cielo
Quisiera yo segar!
Cruja, cual falda
de monte roto, esta cansada veste
que me encinta y engrilla con sus miembros
como con sierpes, — y en mi alma sacian
su hambre, y asoman a la cueva lóbrega
donde mora mi espíritu, su negra
cabeza, y boca roja y sonriente! —
Caiga, como un encanto, este tejido
enmarañado, de raíces! —Surjan
donde mis brazos alas, — y parezca
que, al ascender por la solemne atmósfera,
de mis ojos, del mundo a que van llenos,
ríos de luz sobre los hombres rueden!
Y huelguen por los húmedos jardines
bardos tibios segando florecillas: —
Yo, pálido de amor, de pie en las sombras,
envuelto en gigantesca vestidura
de lumbre astral, en mi jardín, el cielo,
un ramo haré magnífico de estrellas:
¡No temblará de asir la luz mi mano!;
Y buscaré, donde las nubes duermen,
amada, y en su seno la más viva
le prenderé, y esparciré las otras
por su áurea y vaporosa cabellera.
9. Sé, mujer, para mí, como paloma...
Sé, mujer, para mí, como paloma
Sin ala negra:
Bajo tus alas mi existencia amparo:
¡No la ennegrezcas!
Cuando tus pardos ojos, claros senos
De natural grandeza,
En otro que no en mí sus rayos posan
¡Muero de pena!
Cuando miras, envuelves, cuando miras,
Acaricias y besas:
Pues ¿cómo he de querer que a nadie mires,
Paloma de ala negra?
10. Y te busqué por pueblos...
Y te busqué por pueblos,
Y te busqué en las nubes,
Y para hallar tu alma,
Muchos lirios abrí, lirios azules.
Y los tristes llorando me dijeron:
¡Oh, qué dolor tan vivo!
¡Que tu alma ha mucho tiempo que vivía
En un lirio amarillo!
Mas dime ¿cómo ha sido?
¿Yo mi alma en mi pecho no tenía?
Ayer te he conocido,
Y el alma que aquí tengo no es la mía.