NILTON SANTIAGO
Biografía
(Lima, Perú), reside en Barcelona hace varios años.
En poesía ha publicado "El
libro de los espejos" (II Premio Copé de la XI Bienal de Poesía
2003), "La
oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad" (Premio Internacional de Poesía
Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro, Madrid 2012), "El
equipaje del ángel" (XXVII
Premio Tiflos de Poesía, Visor Libros 2014) y "Las
musas se han ido de copas" (XV
Premio Casa de América de Poesía Americana, Visor Libros, 2015).
Los poemas que presentamos a
continuación pertenecen a "La historia
universal del etcétera", con el que Santiago ha obtenido el Premio
Internacional de Poesía Vicente Huidobro y de reciente publicación en
Valparaíso Editores.
Sus poemas
LOS
PLATOS AGRIETADOS NUNCA SE ROMPEN
"¿Qué sería de nuestras tragedias si un
insecto nos presentara las suyas?"
E.M. Cioran
Hay quien
dice que 90 días de garantía
únicamente
garantiza que el producto se estropeará el día 91.
Así
también hay palomas mensajeras que esperan un día después del diluvio
para
comprarse un paraguas
y traerte
la rama de olivo que tu ex te envió
hace meses.
Igualmente
pasa cuando te encuentras las llaves que buscabas tanto
en el
bolsillo del pijama,
segundos
después de que alguien te haya vuelto a romper el corazón
con las
flacas habilidades de un aprendiz de cerrajero.
“¡Si
supieran los hijos que no he querido tener la felicidad que me deben!”
dice el
malhumorado de Cioran,
que me ha
arrancado una sonrisa de entre la lluvia
y me ha
hecho pensar que no hay aforismos como estos en el equipaje de mano
de las
mariposas monarca,
esos
pobres insectos que se pasan todo un año en migración,
pero que,
aunque no lo crean, tan sólo viven seis meses,
lo que
quiere decir que a medio camino todas mueren
y son sus
crías las que terminan el viaje.
¿Pero
cómo saben el camino?, le preguntaría a Cioran.
Emil, “la
alegría de la huerta”,
más
pesimista que un vagabundo pidiéndole una moneda a un banquero,
me diría
que me vaya a preguntárselo a mi ex
que sabe
perfectamente de las migraciones de insectos
por la
forma como me ha hecho ir y venir para nada, una y otra vez.
Qué sé yo
de los misterios de la ciencia o de las mariposas,
sólo sé
—por ti— que el símbolo Ψ del alfabeto griego
que
llevas tatuado en la muñeca
sirve
para designar tanto a “el alma” como a las mariposas,
lo que me
ha hecho entender que la filosofía
es pan
comido sólo para los filósofos pesimistas
ya que
para ellos la metanostalgia pasa por
entregar al viento
las
lágrimas que llevan como equipaje.
Cioran,
mago persa, viejo cascarrabias,
estoy
convencido que hubieses odiado este poema,
tanto
como odiamos ese momento en el que se nos ha acabado el agua caliente
mientras
estamos en la ducha con la cabeza llena de champú,
(la misma
mañana lluviosa que nuestra nueva novia
nos ha
mandado al demonio,
llevándose
el paraguas que te acabas de comprar).
Puede que
también así sea el amor y hasta la filosofía,
las
lágrimas que las mariposas pierden a mitad de su migración
cuando
sucede su primera muerte,
o la
sonrisa que nos hace pensar que no hay mal que dure cien años
ni
garantía posible de que no nos vuelvan a romper el corazón
con las
flacas habilidades de un aprendiz de cerrajero.
Aunque no
importa,
ya se
sabe que, cuando llueve, hasta la mariposa cree que es mariposa
y que los
platos agrietados nunca se rompen.
SOBRE
EL PORQUÉ ALGUNOS PANDILLEROS SECUESTRAN BALLENAS
Es hora del desayuno y Balam Rodrigo y yo
compartimos una gota de lluvia que alguien ha
partido a martillazos.
No deja de llover
y un perro zapoteca nos trae en el hocico un
tren lleno de salvadoreños.
No hablamos.
El silencio sacude sus ramas, como si fuese
un árbol
que acaba de ser tiroteado al intentar cruzar
una valla de equinoccios.
Al sacudirse, el árbol nos ha mojado de rocío
y ha hecho que varios peces caigan a nuestros
cafés humeantes.
Me acerco a él para pedirle fuego, aunque sé
que él no fuma.
Balam sonríe y saca de su bolsillo una
estrella de mar
que migra cada día de un bolsillo a otro, de
un corazón a otro (por reparar).
Su padre se la regaló hace varias vidas
pasadas,
cuando los quetzales sabían hablar y
lloraban.
Balam me pone la estrella sobre las manos
y un nuevo tren lleno de salvadoreños cruza
esta mañana fría.
Balam dice que jugaba al futbol vestido de
monje franciscano
y que, en Chiapas, los pandilleros secuestran
a las ballenas
para enseñarles a pasar las fronteras con el
estómago lleno de crack.
No muy lejos de nosotros,
la Mara Salvatrucha acaba de secuestrar a
otra ballena centroamericana.
Lo sabemos por la forma en la que lloran los
peces –asustados–
en nuestros vasos descartables de café.
Dos policías que nos oyen hablar nos dicen
que los migrantes
nacieron de la costilla de un perro zapoteca
y no de las lágrimas de las ballenas.
Balam les sonríe porque cree que los países
no son más que pájaros en migración desde la
creación del mundo.
Balam cree que yo me río de los pájaros
migrantes
y que no me creo eso de que algunas ballenas
duerman de pie.
Entonces se acerca a mí y me pide que cierre
los ojos.
En ese mismo instante aparecemos en Tecún
Umán, Guatemala.
intentando cruzar el río Suchiate.
Mi corazón es una estrella de mar que flota
lejos de mí.
Nado para cogerla y, sin darme cuenta,
llegamos al otro lado de la frontera.
Una ballena jorobada que me ve cree que soy
un pez que llora.
No lloro, no, pero quizás sea verdad que soy
un pez.
Cuando alcanzo la orilla alguien me apunta
con su chimba y dispara
porque no llevo dólares americanos.
Balam coge la bala en el aire
y ésta se convierte en un quetzal de
terciopelo.
Cuando me lo enseña abro los ojos.
Entonces veo que Balam Rodrigo está a lo
lejos, mirando el vacío que nos separa.
Aún no hemos acabado de desayunar
ni hemos intercambiado palabra alguna.
No sabe quién soy (ni yo tampoco).
Sin embargo, hace siglos que ambos estamos
muriendo
porque siguen matando a los perros vagabundos
con veneno para estrellas.
Mis padres y yo salimos a recoger un anuncio
de correos.
Cuarenta y cinco papagayos lloran sobre una
nube recién nacida de este sábado por la mañana, pero no llueve.
La economía de mercado no lo permitiría.
Mi madre dice que el pan de hoy es el hambre
de mañana.
Yo le digo que tener una ideología política
es igual a creer que las cigüeñas creen en los ángeles.
Me saco unos cuantos geranios de los párpados
y despierto a mi padre.
Salimos de casa, como granos de arena que son
hormigas que son átomos de aire.
Cientos de cigarras nos brotan de los
bolsillos mientras caminamos.
No hay casi gente en la calle, los espejos
lloran solitarios en las estanterías.
El sol es como un pequeño canguro que sale
del marsupial de la mañana.
La oficina de correos es un océano lleno de
langostas.
El sobre que me entregan es frío, como las
maneras del funcionario.
Cuando lo abro, un pingüino salta sobre el
suelo.
“No puede ser” —dice mi madre—, “no puede ser
que haya tantas langostas”.
Mi padre coge al pingüino, pero éste llora
desconsoladamente al verme sonreír.
Mi padre dice que los pingüinos son los
únicos animales capaces de convertir el agua salada en agua dulce, “así que en
realidad llora miel”.
Se lo mete en el bolsillo de la camisa como
lo hacía conmigo cuando era una semilla.
Mi madre le dice “que no se fíe” ya que, si
los pingüinos pierden un huevo, “se lo roban de sus vecinos, cuidado con tú
corazón” —le grita al oído.
Mi padre no oye lo que hablamos.
Se ha quedado medio sordo desde que se puso
una caracola de mar en el oído y escuchó la voz de Dios.
El funcionario de correos tiene todo el
cuerpo lleno de pequeños cangrejitos que le cortan las ideas, por eso es tan
maleducado.
Volvemos a casa como granos de arena que son
hormigas que son átomos de aire.
Cuarenta y cinco ruiseñores diseccionan un
pañuelo lleno de lágrimas.
Mi padre no oye lo que hablamos.
“¿Por qué todos lloran?” —se pregunta.
“Porque las lágrimas se las lleva el viento”,
—le responde mi madre con los ojos llenos de lágrimas descocidas.
Mi madre y yo mientras tanto cocinamos:
lubina al horno para pingüinos que no oyen, que son granos de arena que son
hormigas que son átomos de aire.
Tengo un sueño terrible que no me deja
dormir.
Ya son treinta y tres veces que un pingüino
que ha perdido un huevo se ha llevado mi corazón.
Un hecho
poético abandona una farmacia
donde una
pobre vieja ha concertado una cita con este poema.
No soy yo el
que ve a la vieja sujetarse de la lluvia para sentarse
sino un
pelícano.
El pelícano es
un ser del aire.
Eso lo sabemos
porque el aire cruza los campos de girasoles.
Porque 15.000
litros de aire entran en los pulmones de un gorila al día.
Entonces
tomamos conciencia de que existe el aire
porque sabemos
que los gorilas existen.
En la
farmacia, a la vieja le recomiendan cuidarse la glucosa.
El hecho
poético se pone las gafas de leer
y deja al
pelícano y a la vieja hablando de sus males.
Todo se puede
solucionar con paracetamol.
El hecho
poético baja a la estación del metro.
Entra sin
pagar, como es lógico.
Un vagabundo
le pide dinero.
“Pero el
dinero solo sirve para hacernos más pobres”
—le
dice el hecho poético.
Igualmente
deja caer una moneda como una yema caliente.
El vagabundo
la guarda en una de las grietas de su corazón.
Dos muchachas
hablan con una
libélula que creo que soy yo.
¿Soy yo o mi
representación? ¿qué coño es ser yo?
Las dos chicas
ríen porque les he dibujado un mapa en la mano.
Buscan un
sitio donde “comprar”.
Debo tener
cara de “camello” latinoamericano.
Mientras
espero el tren no puedo dejar de ver el puto móvil.
Como todos los
hijos de puta
que vamos a
trabajar vestidos como soldaditos de plomo.
No sabemos ni
usar un matamoscas y creemos que hacemos
lo suficiente
para ganarnos los frejoles.
El metro está
lleno de negros vendiendo bolsos falsificados.
Los miro.
También un policía que escupe sobre las vías.
Este día no ha
existido.
Ni la
farmacia, ni el vagabundo, ni las dos chicas libélula.
El hecho
poético vuelve a casa, resignado,
vestido como
yo:
un puto
soldadito de plomo.
Otra noche se
irá a la cama sin escribir un poema.
La luna pesa
81 billones de toneladas
y los
neandertales quizás lo sabían.
Como sabían,
hace 40.000 años,
que nos
pasamos inviernos enteros
viendo cómo un
enjambre de dudas
escapa
súbitamente de nuestro estómago
cada vez que
nos miramos al espejo
y vemos la
mirada de un chimpancé.
Hace siglos
que venimos maldiciendo
los oficios de
los sábados por la mañana,
(como borrar
pinturas rupestres
en el hielo
acumulado en la nevera)
los oficios
del sábado por la tarde,
(hacer la
colada,
compartir el
silencio de un mirlo enfermo).
Y todo para
terminar descubriendo
que un mismo
gen hace posible
el habla
humana y el canto de los pájaros.
Acabo de leer
que, durante un sólo día,
el corazón
humano genera la energía suficiente
como para
desplazar un vehículo
durante 32
kilómetros, pero es incapaz
de bombear la
sangre de un chihuahua.
Los
neandertales, como los perros,
no sabían
quiénes eran hasta que no estaban
a solas con la
luna,
como nosotros
no supimos, hasta hoy,
que hace
40.000 años éramos
más chimpancés
que humanos.
No obstante,
¿qué somos los
humanos para los perros?
¿Pájaros o
chimpancés?
HE
IDO A BUSCARTE A LA ESTACIÓN DE SÃO
BENTO, PERO NO HE LLEGADO A TU
ENCUENTRO Y LLUEVE
"Hacer versos malos
depara más felicidad que leer los versos más bellos"
H. HESSE
Si te sientes bien, no te preocupes, se te
pasará.
Y más ahora que sabes que todo está perdido
y que los árboles han abandonado descalzos
los bosques
y han huido de la misma manera
que un psicoanalista huye de un sueño que no
le deja dormir.
Ahora que te has marchado,
el cielo ya no es lo que es, es decir,
una gran gotera en la cocina de Dios,
allí donde los aviones pasan estirando sus
alas
como un polluelo de pingüino
que no tiene ni idea que jamás podrá volar.
La estación de trenes de São Bento ha perdido
su sentido del humor.
He llegado aquí,
(porque a algún lugar hay que llegar cuando
se huye)
para buscarte, pero sólo he encontrado un
abrazo roto tuyo
sobre la máquina de “rayos X”
por la que pasaste mi corazón y tu equipaje,
las graves sílabas del amor que sólo fueron
los restos del amor:
nuestras miradas en aquel bar del Cais da
Ribeira
mientras esperabas que me tocase el pimiento
picante
para estallar en risas.
Me acaba de cagar un pájaro sobre la chaqueta
que acabo de estrenar y es entonces cuando
veo
que la estación de São Bento está llena de
pájaros
que recogen, a migajas, la tristeza de los
viajeros perdidos,
los restos de tu sombra cuando abrías la
persiana
de aquel motel para mochileros en el que nos
hospedamos
en la Rua das Flores, sucia
como la moneda que utilizó Maiakovski para
telefonear al paraíso.
Ahora que ni siquiera nos hablamos,
el tiempo es una lágrima envuelta en papel
aluminio,
un querer dejar de meter la pata
y meter la pata hasta la rodilla
una y otra vez.
Según Muriel Rukeyser,
el universo está hecho de historias
no de átomos,
así que sólo te escribía para contarte
que la toalla que usaste aquella mañana que
nos conocimos
aun lleva las huellas de ese amanecer
y creo que, por el bien de la luz,
debería ponerla de una vez por todas en la
lavadora
para el próximo aterrizaje forzoso que,
supongo,
no piensas hacer en casa.
Todas las despedidas deberían empezar por
seguir a los árboles
que, descalzos, suben a los aviones de la
soledad.
Pero no, de nada sirve porque en las guerras
siempre mueren los mismos.
Aunque da igual,
según el proverbio,
una vez terminado el juego, el rey y el peón
vuelven a la misma caja,
así que nada,
ahora que todo está perdido, sólo me queda
decir:
poesía: apaga
y vámonos.
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