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ESCRITO EN MAYÚSCULA es un blog que intenta ayudar con la difusión de cualquier expresión artística sin discriminar a los autores aficionados. Se abarcará desde poesía, narrativa, música, etc. Y contaremos con entrevistas donde el autor contara por sí mismo la creación de su propia obra.

Federico García Lorca

Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio.

(La Sombra del Viento) Carlos Ruiz Zafón

Cada libro, cada volumen que ves aquí, tiene un alma. El alma de la persona que lo escribió y de aquellos que lo leyeron, vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu crece y se fortalece.

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Les ofreceremos entrevistas de nuestros colaboradores para que conozcan su obra y accedan a ella.

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Les ofreceremos entrevistas de nuestros colaboradores para que conozcan su obra y accedan a ella.

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Somos apenas un granito de arena, intentando hacer algo por el bien de nuestra existencia.

lunes, agosto 27, 2018

Jener Paul Roa Neira


JENER PAUL ROA NEIRA




Breve biografía


Es poeta, escritor, editor, conferencista, aeronáutico, bombero voluntario e investigador. Nació en Culqui, en la sierra de Piura (1996). En el año 2014 fue becado por Elmer Faucett Foundation para cursar estudios de Aeronáutica. Además, ha seguido estudios en la Universidad Nacional de Ingeniería, y ha ganado el concurso del mejor diseño de plan empresarial del Ministerio de Trabajo en la región de Piura. Ha sido invitado a dictar conferencias sobre teoría de la poesía en la Universidad Mayor de San Marcos y ofrece talleres y clases de poesía de manera particular y personalizada.

Ha publicado el poemario Ahavalgia, el dolor del amor. Ha sido seleccionado para conformar las antologías Poemas de abril (Gaviota azul, 2017) y Corazón de poeta. Es director editor del periódico Generación, y escribe para distintos blogs y revistas literarias de la región. Ha recibido reconocimientos en diversos certámenes de poesía.



Sus poemas



1. Cruza la calle

Al ombligo de la noche he llegado,
mi casa y de las luciérnagas de luz.
¿Te has asomado a ver desde un edificio la noche?
La noche la haces tú. Y otros más alumbrando el orbe.
Estamos ocultos detrás de una mirada.

Hay tres estrés inseparables en mi pecho,
he amado tanto hoy y desecho me cubro
los ojos de cansancio suave y satisfecho nublo,
he andado por todo el mundo sin salir de mi silencio.
El respiro de la cabeza desconfía,
los caminos del hombre se desconocen
de tanto que son conocidos.

Este campo de Lima´s es una obra de arte
a las doce de la madrugada, cambia letras y foquillos
cada instante, y sin cambiar nada todo cambia.
El único color que existe en el mundo es el nuestro.
La fuerza que pintamos no caerá, ¿qué haría Newton?

Y mi ventana vuelve a dar sobre mi puerta,
y mi nariz absorbe todo el resfrío de lo oscuro,
y no sé si volver a salir o quedarme fuera.
Del otro lado de la calle se queda el mundo.
He logrado muy poco, compañero,
solo mis sueños y mi camino.
Y un verso surge ante mis dedos.

Cruza la calle: quizá no triunfarás,
pero quizá triunfes.



2. Ilusión de amada

Soñé que la amaba, mas no recuerdo a la dama;
limpidez total, cuerpos, sábanas:
entrega total de su alma; de luces ramas,
entre lo oscuro brillante, mi cama.

Una sola imagen; no hay besos, no risas,
no caricias desde lejos;
no amor miedoso, sin intentos
para que de mi lodo cenagoso se libere.

Solo existe la amada amándome, en sueño.
Todo lo necesario es para amar de tal modo
que el temor amoroso no estorbe.

La amaba, en mi interior,
de todas las formas, en todas las camas,
desde todas las rosas.
Solo una imagen basta
para que me ame, y amarla.
Solamente existe un sueño,
y entre las sábanas canta
la dama que no recuerdo.

Y entre las hojas de mi alma
se escribe un verso.

Luego,
despierto para poder besarla.



3. Pertundeando en el jardín de las escaleras

Le pregunté, entre jadeos, a una rosa si te conocía…
Ella evitó aromatizar la brisa de las palabras.

Corrí, sin dudar, a preguntarle a la camelia,
en tal contexto me negó su presencia.

Así a la flor más bella de la terneza de sus pétalos,
nunca sorteé tal inclemencia en un atardecer humillado.

Volví, ya cansado, hasta la primera rosa
a preguntarle por ti; al verme tuvo pena…

La insistencia de las necesitadas manos preguntó,
me dijo que de su reina ella no hablaba.

Una orquídea sentada en su trono me hacía señas
tiritando con sus sépalos, sus pétalos y sus labelos.

Las creencias se terminan cuando uno pertundea.
Mielinas del corazón. Fortalezas vencedoras y vencidas.

Más arriba hay más estrellas, más amores, más vidas.
Más abajo queda Pertunda, desaparece. Una Gigi queda.

Ella y yo aprendimos a ser tan buenos amores.
Yo le hablo de mis mujeres, ella me cuenta de sus varones.

Si algún día amas, pertundeas en un jardín lleno de estrellas,
recuerda la orquídea peruana en la escalera de este poema.



4.La traición de ellas se llama amor

Puede vibrar quien mis años no tenga,
mas por amante distingo las hojas secas
y las amadas verdes de las otras que se nublaron
entre las montañas madrugadoras
y la blancura que el amor jamás tendrá.

Mujeres hay que conservan tanto amor
en su corazón de eternal universo:
Un único receptor nunca será suficiente.
Con un solo amor no se basta,
tienen que amar, tienen que amar
a más de uno, a tres, a cuatro…
Nada importa si es al mismo tiempo.

Si ignoran sus profundidades pensarán
que es maldad la frase basal de sus venas.
Reconózcanlas si sus ojos se extienden
en amada forma hacia el ovoide universo.
Amores: son como caída de los pétalos
arrojados desde la infancia de un último piso:
con ustedes, amores, nada se queda en pie,
todo acaba cayendo.

Sí, hay dulzainas mujeres
que tienen el corazón tan grande:
aman a muchos,
y mucho hay que amarlas.


Sus redes sociales y contacto







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viernes, agosto 24, 2018

JAIME SÁENZ GUZMÁN


JAIME SÁENZ GUZMÁN


(La Paz, Bolivia 1921 — 1986) 

Descendiente de una familia tradicional, nunca conoció a su padre, militar de alto rango, y creció junto a su madre y a su tía, con quien irá a vivir gran parte de su vida y que es personaje central de una de sus narraciones más conocidas, Los cuartos.

En 1938, como parte de una comitiva de estudiantes, viaja a Alemania, allí traba interés por el nazismo, que está en su apogeo, y probablemente ahí también comienza su interés por la magia, el ocultismo y la teosofía.

Vuelve a Bolivia y progresivamente se introduce en la vida nocturna de la ciudad. En este periodo frecuenta sus espacios periféricos: bodegas donde convive con alcohólicos, indigentes y migrantes indios marginalizados. Después de sufrir dos ataques de delirium tremens y después del fracaso de un matrimonio, decide dejar la bebida y se aboca a la escritura.

A partir de la década de los cincuenta comienza a escribir el grueso de su obra. En 1955 publica El escalpelo, libro de prosa poética y a partir de allí, hasta los años ochenta publicará 12 títulos más:

Muerte por el tacto (1957), Aniversario de una visión (1960), Visitante profundo (1964), El frío (1967), Recorrer esta distancia (1973), Bruckner (1978), Las tinieblas (1978), Imágenes paceñas (1979), Felipe Delgado (1979), Al pasar un cometa (1982), La noche (1984) y Los cuartos (1985). De forma póstuma se publican: Vidas y muertes (Prosa, 1986), La piedra imán (Prosa, 1989), Los papeles de Narciso Lima Achá (Novela, 1991), Carta de amor (Poesía, 1996), Obra dramática (Teatro, 2005), Prosa breve (Prosa, 2008) y Tocnolencias (Prosa poética, 2014). Murió en 1986 fruto de una recaída en el alcoholismo.


1. VI

En las pródigas luces humedecidas
y en los aires de navegación de las montañas,
en las solitarias inmensidades de la limpidez y en las humaredas, al calor fugitivo de la grave curvatura del mundo
–en las calles y en los árboles,
la lluvia refleja la callada ternura de tu visión.

Y de las tumbas un suspiro enciende perdidos y escondidos fuegos
en tu sentida imagen,
a la ascensión de aquel melancólico vaho desde las oscuridades,
que ha resquebrajado los sudarios de tus rumorosos antepasados

–y en las entrañas del agua, al compás que escucho del olvido, llueve,
y llueve y yo no te miro, en realidad puedo mirar que me miras tú,
–¡cómo me miras!,

de unos confines, de la infancia
y de los mares profundos de la juventud
–¡me miras en el vacío y a través de la distancia,
cómo llega tu mirar, de tanta lejanía y en qué conmovida manera,
que me hace saber que yo no te miro!
–y un gran llanto me sacude al deseo de encontrarte,
y hablar contigo sobre la gratitud, sobre la primavera y la alegría
y sobre cosas tantas y tan diversas,
y a un tiempo te escucho –en la huella que ha quedado en mi frente, en una sombra que roza la pared–,
te escucho hablar de todo cuanto me hace llorar
–y así respondes a lo que digo en mi corazón.

(de Aniversario de una visión)


2. IV

Los grandes malestares causados por las sombras, las visiones melancólicas surgidas de la noche,
todo lo horripilante, todo lo atroz, lo que no tiene nombre, lo que no tiene porqué,
hay que soportarlo, quién sabe por qué.

Si no tienes qué comer sino basura, no digas nada.
Si la basura te hace mal, no digas nada.
Si te cortan los pies, si te queman las manos, si la lengua se te pudre, si te partes la espalda, si te rompes el alma, no digas nada.
Si te envenenan no digas nada, aunque se te salgan las tripas por la boca y se te paren los pelos de punta; aunque se aneguen tus ojos en sangre, no digas nada.
Si te sientes bien no te sientas bien. Si te quedas no te quedes. Si te mueres no te mueras. Si te apenas no te apenes. No digas nada.
Vivir es difícil; cosa difícil no decir nada.
Soportar a la gente sin decir nada no es nada fácil.
Es muy difícil –en cuanto pretende que se la entienda sin decir nada,
entender a la gente sin decir nada.
Es terriblemente difícil y sin embargo muy fácil ser gente;
pero es lo difícil no decir nada.

(de Recorrer esta distancia)


3. Como una luz

Llegada la hora en que el astro se apague,
quedarán mis ojos en los aires que contigo fulguraban
Silenciosamente y como una luz
reposa en mi camino
la transparencia del olvido.

Tu aliento me devuelve a la espera y a la tristeza de la tierra,
no te apartes del caer de la tarde
-no me dejes descubrir sino detrás de ti
lo que tengo todavía que morir.



4. En lo alto de la ciudad oscura

Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto
de la ciudad oscura
con el ruido a lo lejos
es seguro que suspirará
yo suspiraré
tomados de las manos por un gran tiempo
en el interior de la arboleda
sus ojos claros al pasar un cometa
su cara llegada del mar
sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz
su boca en forma de manzana
su cabello en forma de sueño
una mirada nunca vista en cada pupila
sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego
todo será mío dando volteretas de alegría
me cortaré una mano por cada suspiro suyo
me sacaré un ojo por cada sonrisa suya
me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces
hasta morir en sus labios
con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle, mi corazón
con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa
los viernes por la tarde
con el aire de la noche cantando una canción
me propongo vivir trescientos años
en su hermosa compañía.



5. Tu Calavera
A Silvia Natalia Rivera

Estas lluvias,
yo no sé por qué me harán amar un sueño que
tuve, hace muchos años,
con un sueño que tuviste tú
-se me aparecía tu calavera. Y tenía un alto encanto;
no me miraba a mí -te miraba a ti.
Y se acercaba a mi calavera, y yo te miraba a ti.
Y cuando tú me mirabas a mí, se te aparecía mi calavera;
no te miraba a ti.
Me miraba a mí.
En la alta noche, alguien miraba;
y yo soñaba tu sueño -bajo una lluvia silenciosa,
tú te ocultabas en tu calavera, y yo me ocultaba en ti-.



6. La partida

Por tu modo de morir, por ese modo de conocer yo adiviné,
viajabas en la antigüedad.
Tus ojos miraban mi manera de vivir, mi manera de ser,
tú sabías estas cosas.
Un abandono misterioso, un permanente silencio.
Unos latidos en la lluvia y tú,
en esta húmeda oscuridad, y también mis huesos,
yo siento la pena infinita con que me van a dejar.
Te lo ruego:
cuando mires no me mires.



7. Una piedra

Buscaré en el confín del horizonte, en la oscuridad del recuerdo y más allá de él,
alguna presencia oculta en mi presencia
-buscaré más allá del miedo y del olvido, y me iré de mí.

Buscaré un tú en algún yo, un mí en algún tú, una piedra.
El que yo no esté importa poco.
Allá me quedaré.



8. En lo alto de la ciudad oscura

Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto
de la ciudad oscura
con el ruido a lo lejos
es seguro que suspirará
yo suspiraré
tomados de las manos por un gran tiempo
en el interior de la arboleda
sus ojos claros al pasar un cometa
su cara llegada del mar
sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz
su boca en forma de manzana
su cabello en forma de sueño
una mirada nunca vista en cada pupila
sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego
todo será mío dando volteretas de alegría
me cortaré una mano por cada suspiro suyo
me sacaré un ojo por cada sonrisa suya
me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces
hasta morir en sus labios
con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle, mi corazón
con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa
los viernes por la tarde
con el aire de la noche cantando una canción
me propongo vivir trescientos años
en su hermosa compañía.



9. En la ventana
A Nelly Villanueva

Sabe Dios lo que yo buscaba, quería encontrar
no sé qué,
una tarde,
sentía el antiguo momento del encanto, las cosas
olvidadas en el tiempo
-los objetos sin forma dentro de mí,
un rastro de ceniza y un pedazo del acre,
esos nombres inmortales en la memoria.
El ancla, en los botones dorados, y los papeles,
el polvo en el vació - el olor, en unas ropas de niño,
unos restos, unas migas de hace años -y desde muy lejos,
al soplo del aire en la ventana, pensé en ti: en las nubes, un presagio de lluvia era el echarte de menos,
con tus ojos inexplicables, y la tarde moría.
Era un color, la ansiedad de los presentimientos:
era una sombra: el adiós,
la noche profunda en la ventana.



10. 3

El espacio que tu cuerpo ocupa en el mundo, es igual al espacio
del cuerpo en el que uno se ha recogido;
y si esto es así, nadie tiene por qué molestarse, ni importunarte;
en el espacio de tu cuerpo, del que tú eres el soberano absoluto.
puedes pararte de cabeza y hacer y deshacer, y transitar tranquilamente,
libre ya de un mundo de pesadilla, poblado de espectros y de esqueletos que pululaban y te
quitaban la vida.
En todo caso, tu morada, tu ciudad, tu noche y tu mundo,
se reducen a tu cuerpo;
y quien lo habita no eres tú, sino el cuerpo de tu cuerpo.
Pues el cuerpo que te habita, en realidad, eres tú;
sólo que tu cuerpo deja de ser tú;
y pasa a ser él.
Imagínate, el cuerpo que eres tú, habitando el cuerpo que
es él.
y que no por eso deja de ser tú.
De ahí el habitante, o sea, el cuerpo de tu cuerpo; y de ahí,
asimismo, el habitado, o sea, tu cuerpo.
¿Y qué decir de la honda soledad, habitando el espacio de
tu cuerpo?
Hay un echar de menos la soledad, cuando hay alguien a tu
lado;
pero, cuando no hay un alma, es la propia soledad quien te
echa de menos
-y es como si tú no estuvieras, o como si te hubieras ido,
en busca de alguien a quien echar de menos.
La soledad en el espacio de tu cuerpo, ha de ser, pues, una
soledad muy larga, muy alta, y muy álgida.
-como esa soledad que uno imaginaba de niño,
con un retrato desaparecido y una rueda inmóvil, en el cuarto
oscuro.





JORGE LUIS BORGES



JORGE LUIS BORGES

(Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 - Ginebra, Suiza, 14 de junio de 1986).

Poeta, ensayista y escritor argentino.
Estudia en Ginebra e Inglaterra. Vive en España desde 1919 hasta su regreso a Argentina en 1921. Colabora en revistas literarias, francesas y españolas, donde publica ensayos y manifiestos.

De regreso a Argentina, participa con Macedonio Fernández en la fundación de las revistas Prisma y Prosa y firma el primer manifiesto ultraísta. En 1923 publica su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires, y en 1935 Historia universal de la infamia, compuesto por una serie de relatos breves (formato que utilizará en publicaciones posteriores).

Durante los años treinta su fama crece en Argentina y publica diversas obras en colaboración con Bioy Casares, de entre las que cabe subrayar Antología de la literatura fantástica. Durante estos años su actividad literaria se amplía con la crítica literaria y la traducción de autores como Virginia Woolf, Henri Michaux o William Faulkner.

Es bibliotecario en Buenos Aires de 1937 a 1945, conferenciante y profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, miembro de la Academia Argentina de las Letras y director de la Biblioteca Nacional de Argentina desde 1955 hasta 1974. En 1961 comparte con Samuel Beckett el Premio Formentor, otorgado por el Congreso Internacional de Editores. Desde 1964 publica indistintamente en verso y en prosa.

Borges utiliza un singular estilo literario, basado en la interpretación de conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. La simbología que utiliza remite a los autores que más le influencian -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad-, además de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía.

Publica libros de poesía como El otro, el mismo, Elogio de la sombra, El oro de los tigres, La rosa profunda, La moneda de hierro y cultiva la prosa en títulos como El informe de Brodie y El libro de arena. En estos años Borges también publica libros en los que se mezclan prosa y verso, libros que aúnan el teatro, la poesía y los cuentos; ejemplos de esta fusión son títulos como La cifra y Los conjurados.

La importancia de su obra se ve reconocida con el Premio Miguel de Cervantes en 1979.




1. Un ciego

No sé cuál es la cara que me mira
cuando miro la cara del espejo;
no sé qué anciano acecha en su reflejo
con silenciosa y ya cansada ira.

Lento en mi sombra, con la mano exploro
mis invisibles rasgos. Un destello
me alcanza. He vislumbrado tu cabello
que es de ceniza o es aún de oro.

Repito que he perdido solamente
la vana superficie de las cosas.
El consuelo es de Milton y es valiente,

Pero pienso en las letras y en las rosas.
Pienso que si pudiera ver mi cara
sabría quién soy en esta tarde rara.



2. Elogio de la sombra

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.



3. Los espejos

Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos

sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo
que a veces raya el ilusorio vuelo
del ave inversa o que un temblor agita

Y ante la superficie silenciosa
del ébano sutil cuya tersura
repite como un sueño la blancura
de un vago mármol o una vaga rosa,

Hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.

Espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,

Infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.

Prolonga este vano mundo incierto
en su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el Hálito de un hombre que no ha muerto.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda
en esos gabinetes cristalinos
donde, como fantásticos rabinos,
leemos los libros de derecha a izquierda.

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.

Que haya sueños es raro, que haya espejos,
que el usual y gastado repertorio
de cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.

Dios (he dado en pensar) pone un empeño
en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.

Dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. Por eso nos alarman.



4. El reloj de arena

Está bien que se mida con la dura
Sombra que una columna en el estío
Arroja o con el agua de aquel río
En que Heráclito vio nuestra locura

El tiempo, ya que al tiempo y al destino
Se parecen los dos: la imponderable
Sombra diurna y el curso irrevocable
Del agua que prosigue su camino.

Está bien, pero el tiempo en los desiertos
Otra substancia halló, suave y pesada,
Que parece haber sido imaginada
Para medir el tiempo de los muertos.

Surge así el alegórico instrumento
De los grabados de los diccionarios,
La pieza que los grises anticuarios
Relegarán al mundo ceniciento

Del alfil desparejo, de la espada
Inerme, del borroso telescopio,
Del sándalo mordido por el opio
Del polvo, del azar y de la nada.

¿Quién no se ha demorado ante el severo
Y tétrico instrumento que acompaña
En la diestra del dios a la guadaña
Y cuyas líneas repitió Durero?

Por el ápice abierto el cono inverso
Deja caer la cautelosa arena,
Oro gradual que se desprende y llena
El cóncavo cristal de su universo.

Hay un agrado en observar la arcana
Arena que resbala y que declina
Y, a punto de caer, se arremolina
Con una prisa que es del todo humana.

La arena de los ciclos es la misma
E infinita es la historia de la arena;
Así, bajo tus dichas o tu pena,
La invulnerable eternidad se abisma.

No se detiene nunca la caída
Yo me desangro, no el cristal. El rito
De decantar la arena es infinito
Y con la arena se nos va la vida.

En los minutos de la arena creo
Sentir el tiempo cósmico: la historia
Que encierra en sus espejos la memoria
O que ha disuelto el mágico Leteo.

El pilar de humo y el pilar de fuego,
Cartago y Roma y su apretada guerra,
Simón Mago, los siete pies de tierra
Que el rey sajón ofrece al rey noruego,

Todo lo arrastra y pierde este incansable
Hilo sutil de arena numerosa.
No he de salvarme yo, fortuita cosa
De tiempo, que es materia deleznable.



5. Soy

Soy el que sabe que no es menos vano
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano.

Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.

Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,

del tiempo, que es uno y es de todos.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.



6. Poema de los dones

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.



7. Las causas

Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.



8. El sueño

Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?

¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora

de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra

y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?



9. Ausencia

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.



10. Lo perdido

¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo

y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido

de ser quién soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,

según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.






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