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ESCRITO EN MAYÚSCULA es un blog que intenta ayudar con la difusión de cualquier expresión artística sin discriminar a los autores aficionados. Se abarcará desde poesía, narrativa, música, etc. Y contaremos con entrevistas donde el autor contara por sí mismo la creación de su propia obra.

Federico García Lorca

Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio.

(La Sombra del Viento) Carlos Ruiz Zafón

Cada libro, cada volumen que ves aquí, tiene un alma. El alma de la persona que lo escribió y de aquellos que lo leyeron, vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu crece y se fortalece.

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Les ofreceremos entrevistas de nuestros colaboradores para que conozcan su obra y accedan a ella.

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Les ofreceremos entrevistas de nuestros colaboradores para que conozcan su obra y accedan a ella.

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Somos apenas un granito de arena, intentando hacer algo por el bien de nuestra existencia.

lunes, agosto 27, 2018

Yolanda Bedregal de Cónitzer


YOLANDA BEDREGAL DE CÓNITZER


Poeta y novelista boliviana que se consagró como una de las figuras destacadas del posmodernismo hispanoamericano, movimiento literario en que sitúa su obra de madurez.

Hija de J. F. Bedregal, uno de los grandes representantes del modernismo en su país, vio publicado su primer poemario (Naufragio) con apenas veinte años. Cursó estudios de arte en la Academia de Bellas Artes de La Paz, a la que al cabo de unos años habría de regresar como docente, para impartir clases de escultura e historia del arte. Poco después obtuvo una beca de estudios en el Barnard College de la Universidad de Columbia (Nueva York), al que se incorporó en 1936.

A su regreso a Bolivia ejerció la docencia en la Academia de Bellas Artes y en la Universidad Mayor de San Andrés, donde impartía clases de estética. Su pronta actividad literaria no tardó en valerle un merecido reconocimiento y una gran popularidad en su país, debida además en parte a su actividad diplomática, hasta el punto de ser conocida con el apodo de "Yolanda de Bolivia".

Su obra lírica puede dividirse en tres etapas. En la primera, cuyo mejor exponente es Naufragio (1936), predominan los versos explícitos y objetivos, que exploran algunos sentimientos comunes al ser humano por medio de un lenguaje claro y preciso.

En una segunda fase se dejó seducir por cierto simbolismo, como queda patente en Poemar (1937) y Ecos (1940), este último escrito en colaboración con su esposo Gert Conítzer, otro excelente poeta, de origen alemán, que tradujo a esta lengua todos los versos de su compañera.

Finalmente, entró en una fase que podría clasificarse de "religiosa", que se manifiesta en la presencia en sus versos de una especie de destino oscuro al que parecen obedecer todos los hechos del mundo. Dentro de la extensión infinita de este destino incierto, la soledad aparece como un fenómeno inherente a la condición humana. El poemario Nadir (1950), una de sus obras maestras, se situaría en esta etapa.

Además, fue una minuciosa compiladora de varios de sus contemporáneos con la Antología de la poesía boliviana (1977), que le sirvió de material durante largo tiempo para ejercer de conferenciante por América y Europa, labor que compaginó con su destacada carrera diplomática.

No fue hasta 1971 cuando la popular poeta abordó la narrativa con su novela Bajo el oscuro sol. De carácter neorrealista, este excelente relato se ubica en una La Paz sacudida por movilizaciones sociales. En medio de las revueltas callejeras, una bala perdida acaba con la vida de Verónica Loreto, protagonista cuya singular peripecia es reconstruida por el doctor Gabriño.



1.  Elegía humilde

Un auto ha arrollado a la vieja sirvienta
¡La pisó como una hoja!
Era una flor del campo, toronjil, yerbabuena.

En la casa hubo duelo
por su muerte de plata.

Esta mujer oscura de noble cepa aymara
endulzaba la vida de seres y de cosas.

Llena está nuestra infancia de su imagen
de Mamita Copacabana;
debajo de su manta de castilla
siempre traía la sorpresa
de frutas, empanadas o juguetes.

¡Ay dulce abuela nuestra
de las macetas y del canario!

Tendida en su mortaja,
con unción le besamos las santas manos toscas
quietas por fin del cotidiano afán.
Parecían avergonzadas del reposo;
dos angelitos blancos bajaron a cubrirlas.

Su nombre era Mama-Usta, y nada más.
Las hadas humildes sólo tienen un nombre
pero es varita mágica de gracia y bendición.

De la mano llevaba a mi padre a la misa;
la conocieron los abuelos y bisabuelos.
Era lazo entre el ahora y lo perdido.

Todo lo daba, todo, su bondad y su alegría,
el cobre de la dádiva, el óleo del consuelo.

Cual sombra milagrosa
colmaba de manjares la olla de cada día,
y con agua y con sol daba celajes
a los visillos y manteles.
Ella prendía el fuego del hogar.

Un auto la ha matado. ¡Ay, Dios mío!
Su frente estaba herida
y su cuerpo, nunca tocado,
salpicado de barro.

Cuando llegaba al cielo,
con un solo zapato, la falda desgarrada
un coro de jilgueros le cantaba aleluyas.

Con humilde inocencia, debió de imaginar
que era fiesta pascual para nosotros.
- ¿Como para ella el aleluya?
¿Como para ella nuestro llanto? -

Sencilla y limpia entró en la gloria
cuidando todavía la canasta
para la cena de hoy.

Nuestra Mama Usta ha muerto.

¡Ay canario, ay macetas, patio y agua!



2.  Resaca

Cuando ya la resaca deje mi alma en la playa,
y del arco agobiado de mi espalda se vaya
el ala cercenada, cual vela desafiante,
en cicatriz y estela prolongará el instante.

Quedarán vigilando, símbolo intrascendente,
dos pobres ojos pródigos y una mendiga frente.
¡Catacumba de agua, amor! ¡No me conoces!

Ni nadie nos conoce. Sólo hay fugaces roces,
desencuentros, en la prieta mudez de encrucijadas.
Expían su demora presencias nunca halladas.

No son cruz ya los brazos ni altar para holocausto
de salvajes ternuras. Con su claror exhausto,
un sol desalentado ahonda los abismos.

Somos polvo y lucero, todo en nosotros mismos.

Para esta elemental ceniza taciturna
sea la inmensa lágrima del Mar celeste urna.



3. Ojos para el llanto ajeno

Déjame llorar el llanto de todas tus soledades
y de todos tus cansancios.
Siempre he llorado abandonos y pena de los demás,
mi amor nunca fue mi amor.
Siempre fue cubrir heridas abiertas por otra mano.
Mi vida nunca fue mía.
Cada vida es algo mía, yo soy de todas las vidas.
No será mía mi muerte.
¡Ni eso tengo sólo mío! Todos se mueren en mi…
sólo lloro el llanto ajeno y el dolor de los demás.

Has de olvidarme mañana, lo mismo que él me olvidó.
Tengo en mí, sino de madre;
todos lloran en mi falda y yo siempre lloro sola.
¿será que rechazo al hijo
eterno que duerme en mí y su lamento obstinado
es un gong de negación?
Lloro por todos los hombres en cansancio y soledad.

¡Nada es mío! ¡Nada es mío!
Ni mis ansias, ni mi hijo, ni mi vida, ni mi amor.
Sobre el sordo Cosmos lloro
cansancios y soledad.



4. Al hombre sin nombre la mujer eterna

Me llegaré al altar del hombre
en ofrenda de huida y rebeldía.

Hombre de ahora y de siempre,
abre tu mano a recibirme
y levántame al cielo como una hostia
aunque soy sólo pétalo de lágrima.

Hombre nuevo y eterno,
escúchame.
Sobre tu pecho roto
llamo y clamo.

Mi palabra golpea
—obsesionante ala obsesionada—
contra las sienes.

Mi palabra del grito
te taladra la frente,
sangre de luz de la herida
bautizará por un instante,
hombre frágil,
a la mujer eterna.

Eterna como el sueño fugaz.

Yo te miro sin ojos desde siempre.
tú me llevas en ti desde que existes.
Si antes no lo sabías,
ahora
ya no lo puedes olvidar.

Yo he crecido en el mar
sobre una ola que se alargó
para volverse tallo.
En ese tallo de agua limpia
he subido a mirar a los ojos de Dios.

Ahora me inclina un hálito a tu mano,
y estoy en ti como la mujer muerta
por la que todos los hombres han llorado.

Tú también has llorado
por tu hija, por tu madre,
por la mujer eterna de cuya muerte vives.

Ya no lo puedes olvidar.

Cuando tus ojos caminen en la sombra,
sentirás todavía por el cuerpo
una dulzura amarga y tibia:
beso en las palmas juntas
y una paloma que huye de tus dedos.

Con mi cara de piedra
yo estoy en la otra orilla.

Existo para ti en este momento;
y para mí no existo
porque soy más que eterna en cinco letras.

En el altar de Hombre fuerte como la vida,
hombre de hierro y hielo,
metal, sangre y espíritu,
cae la ofrenda íntegra
de la mujer lejana.

Mujer de canto y llanto
eterna como el sueño.



5. Juan Gert

Mi sueño se hizo dulcemente cal.
La bóveda perfecta de tu cráneo
enclavada en la mariposa de mis huesos
es frágil tulipán
coronando las alas abiertas de la pelvis.

Sacas el molde al mundo
en mi cintura breve;
recogido y devoto como un rezo,
hilas con mi sangre el Universo,
hijo mío.
Creces dentro de mí
como en vaso ritual.

Por ti conozco
la humildad de ser la tierra fértil,
por ti el orgullo del vital milagro;
por ti soy urna bíblica,
por ti soy comunión y penitencia.

Por ti la muerte en su medalla acuna
perfil de piedra en querubín de niebla.
El vivo tulipán de tu cabeza
saca de nuevo el molde al Universo.



6. Alegato inútil

Cada día tenemos más salobre la saliva.
La migaja se crispa
ante la entornada puerta del perdón.
Cada día se saltan a las uñas
los dos niños morenos de los ojos
que fueron ángeles despiertos
a celestes honduras.

¿Con qué habrá de rematar el alegato
que está y en el tope del sollozo?
Cada hora se ha hecho voraz
como engranaje de colmillos;
los pasos se han desacostumbrado
a la caricia de la grama húmeda;
el aire avanza granizado de saetas.

Conduélete, Señor, a ti clamamos.
¡Así tu mundo tambalea!
No somos Job, oh Padre; ¡no te tornes padrastro!

¿Acaso estás enfermo, o te pudres
con este vaho que te sube desde nos?
No te tornes padrastro, buen Dios.

Sonríe una vez sobre tu Hechura.
Regresa a tu niñez de Primer Día
cuando soplabas burbujas de color
y te brotaba de las sienes
boscaje y pleamar.
Eras entonces sin arrugas,
y era tu barba de cristal
lira entre los dedos de la luz.

Sonríe, Padre, sobre el Libro mancillado,
y todos en Tu nombre
escribiremos PAZ.

La simple trinidad de una palabra:
bandera universal para soñar;
hostia de comunión para construir;
extremaunción para vivir.

Perdona, Dios, esta mi turbia arena...



7. Salada savia

Padre mío, el invierno –espada de tu muerte–
sus varillas de hielo sobre mi pecho inclina.
Crujen las hojas secas en desolada sombra
al filo del minuto que te arrancó a la luz.

Ya no hablaremos nunca del verdeciente pino
aunque giren los meses hacia la primavera;
yo veré conmovida hundirse contra el cielo
la erguida copa oscura, y ya estarán tus ojos
perennemente mudos en el carbón azul.

Se esponjarán los días, descenderán las noches
hacia asoladas playas del Siempre y del Después,
más la salada savia del amor está herida
al filo el minuto que te quitó de mí.

Contigo platicamos del trino y la gavilla,
del papel y el amigo, la reja y la parábola,
del agridulce zumo en el cristal humano.
Fraternales rondaban por tu voz de maestro
San Francisco de Asís, Don Quijote y Jesús.

Padre mío, en las horas del hogar apacible
devanamos la lana del cotidiano afán;
y siempre tu sonrisa tendía el hilo de oro
que bendecía el agua y suavizaba el pan.
Presagio de ventura, flotaban nuestros nombres
con halo de alegría si los decías tú.
Hoy me duele hasta el nombre que tú ya no pronuncias
y me pesan las manos tendidas hacia ti.

Tus ojos amparaban la senda de mi verso.
Mi infancia en tus rodillas todavía mecía
la muñeca de trapo que el tiempo sepultó.
Ahora me llueven años por cada hora que faltas.

Nuestro pino ha llorado hasta su último espino.
Aúlla la madera de su sillón vacío;
los platos en la mesa tienen sonido ha roto;
las pisadas resuenas indagando algún eco.

Esta salada savia del amor se hace niebla
al filo del minuto que te llevó a la luz.



8. Holocausto

Oh Cristo, yo quisiera de tu augusta cabeza
desclavar los espinos; endulzar tu martirio;
darte mi adolescencia como incienso en delirio;
alabándose en salmos, restañar tu tristeza.

Te volcaría en mi alma con la dulce certeza
de corporal expolio a cabezal de lirio.
Me inmolaría entera como ala sobre cirio.

El humo, en holocausto de mi cuerpo ofrendado
empapada en perfume la esponja de la hiel
y, unida entre llaga, mi vida en tu costado.

La culpa redimida y el mundo sin pecado
a la última palabra de Dios crucificado,
urgiría con rosa de amor tu humana piel.



9. Nacimiento

Ultimo día del invierno y primero de la primavera.
Ultimo día de la tibia tiniebla de la entraña
para entrar en la fría luz del mundo.

Yo estaría madura de la sombra, de la nada,
del amor: madura de la carne en que crecía.
Y asomo mi cabeza con un grito:
flor de sangrante herida
cúspide lúcida del dolor más hondo
jubiloso momento de tragedia!

Mi madre habrá tenido sus ojos, lacrimosa,
a la semilla de las cruces.

Nadie pensaba entonces que relojes
de cuarzo o girasol la esperarían.

Al vórtice de esta hora, cuantos muertos
habrá resucitado en el vagido
que tenía la alcoba de luz verde.

Yo habría de cumplir cuantos designios,
tendría que repetir la máscara de algún antepasado
quién sabe la ponzoña de su alma, o su nobleza;
realizar sus venganzas, restañar sus fracasos.

Venir de la resaca de unos seres lejanos
que se amaron un día
que se encadenaron con la vida
ser argolla más de esa condena.

Saber que somos frutos de un punto de alegría
y ese germen, ¡Dios mío!
desde qué grietas sube, de qué simas?

De la tibia tiniebla a la luz fría
hendiendo vida y muerte
la frágil levadura su eternidad mordida.



10. Rebelión

Miraba yo la pampa inmensa soñando con el mar.
Miraba yo la pampa tensa, tan alta, tan serena,
tocando con el cielo su frente de cristal;
un acorde de grises y violetas su manto,
que altura en la belleza!
que altura en la belleza!
que majestad estática en el día altiplánico!

De pronto un niño llora.
Entre la paja brava, con su ponchito viejo
llora un niño. Por qué?
Quién sabe...

El indio aymara se lleva el grito en su raza,
y su clamor innato
desgarra la serena nobleza del paisaje.

Un niño, un llanto humano es una herida abierta
que ensangrienta este mundo.
Tiemblan y se estremecen los monolitos míticos:
se rompen y entreveran los caminos de paz.
Hay maldad en la tierra.
Arde lo que era de hielo.

Las palabras suaves se crispan en los puños
desafiando al relámpago.
Corro sobre la pampa desaforadamente;
me quema el corazón como una brasa.
Hay maldad en la tierra, hay injusticia.

Quizás más lejos halle la bandera que busco.
Quiero la gleba abierta con sus labios de surcos
como un libro de música.
Quiero que se calme este llanto de niño
que es llanto del mundo.











Jener Paul Roa Neira


JENER PAUL ROA NEIRA




Breve biografía


Es poeta, escritor, editor, conferencista, aeronáutico, bombero voluntario e investigador. Nació en Culqui, en la sierra de Piura (1996). En el año 2014 fue becado por Elmer Faucett Foundation para cursar estudios de Aeronáutica. Además, ha seguido estudios en la Universidad Nacional de Ingeniería, y ha ganado el concurso del mejor diseño de plan empresarial del Ministerio de Trabajo en la región de Piura. Ha sido invitado a dictar conferencias sobre teoría de la poesía en la Universidad Mayor de San Marcos y ofrece talleres y clases de poesía de manera particular y personalizada.

Ha publicado el poemario Ahavalgia, el dolor del amor. Ha sido seleccionado para conformar las antologías Poemas de abril (Gaviota azul, 2017) y Corazón de poeta. Es director editor del periódico Generación, y escribe para distintos blogs y revistas literarias de la región. Ha recibido reconocimientos en diversos certámenes de poesía.



Sus poemas



1. Cruza la calle

Al ombligo de la noche he llegado,
mi casa y de las luciérnagas de luz.
¿Te has asomado a ver desde un edificio la noche?
La noche la haces tú. Y otros más alumbrando el orbe.
Estamos ocultos detrás de una mirada.

Hay tres estrés inseparables en mi pecho,
he amado tanto hoy y desecho me cubro
los ojos de cansancio suave y satisfecho nublo,
he andado por todo el mundo sin salir de mi silencio.
El respiro de la cabeza desconfía,
los caminos del hombre se desconocen
de tanto que son conocidos.

Este campo de Lima´s es una obra de arte
a las doce de la madrugada, cambia letras y foquillos
cada instante, y sin cambiar nada todo cambia.
El único color que existe en el mundo es el nuestro.
La fuerza que pintamos no caerá, ¿qué haría Newton?

Y mi ventana vuelve a dar sobre mi puerta,
y mi nariz absorbe todo el resfrío de lo oscuro,
y no sé si volver a salir o quedarme fuera.
Del otro lado de la calle se queda el mundo.
He logrado muy poco, compañero,
solo mis sueños y mi camino.
Y un verso surge ante mis dedos.

Cruza la calle: quizá no triunfarás,
pero quizá triunfes.



2. Ilusión de amada

Soñé que la amaba, mas no recuerdo a la dama;
limpidez total, cuerpos, sábanas:
entrega total de su alma; de luces ramas,
entre lo oscuro brillante, mi cama.

Una sola imagen; no hay besos, no risas,
no caricias desde lejos;
no amor miedoso, sin intentos
para que de mi lodo cenagoso se libere.

Solo existe la amada amándome, en sueño.
Todo lo necesario es para amar de tal modo
que el temor amoroso no estorbe.

La amaba, en mi interior,
de todas las formas, en todas las camas,
desde todas las rosas.
Solo una imagen basta
para que me ame, y amarla.
Solamente existe un sueño,
y entre las sábanas canta
la dama que no recuerdo.

Y entre las hojas de mi alma
se escribe un verso.

Luego,
despierto para poder besarla.



3. Pertundeando en el jardín de las escaleras

Le pregunté, entre jadeos, a una rosa si te conocía…
Ella evitó aromatizar la brisa de las palabras.

Corrí, sin dudar, a preguntarle a la camelia,
en tal contexto me negó su presencia.

Así a la flor más bella de la terneza de sus pétalos,
nunca sorteé tal inclemencia en un atardecer humillado.

Volví, ya cansado, hasta la primera rosa
a preguntarle por ti; al verme tuvo pena…

La insistencia de las necesitadas manos preguntó,
me dijo que de su reina ella no hablaba.

Una orquídea sentada en su trono me hacía señas
tiritando con sus sépalos, sus pétalos y sus labelos.

Las creencias se terminan cuando uno pertundea.
Mielinas del corazón. Fortalezas vencedoras y vencidas.

Más arriba hay más estrellas, más amores, más vidas.
Más abajo queda Pertunda, desaparece. Una Gigi queda.

Ella y yo aprendimos a ser tan buenos amores.
Yo le hablo de mis mujeres, ella me cuenta de sus varones.

Si algún día amas, pertundeas en un jardín lleno de estrellas,
recuerda la orquídea peruana en la escalera de este poema.



4.La traición de ellas se llama amor

Puede vibrar quien mis años no tenga,
mas por amante distingo las hojas secas
y las amadas verdes de las otras que se nublaron
entre las montañas madrugadoras
y la blancura que el amor jamás tendrá.

Mujeres hay que conservan tanto amor
en su corazón de eternal universo:
Un único receptor nunca será suficiente.
Con un solo amor no se basta,
tienen que amar, tienen que amar
a más de uno, a tres, a cuatro…
Nada importa si es al mismo tiempo.

Si ignoran sus profundidades pensarán
que es maldad la frase basal de sus venas.
Reconózcanlas si sus ojos se extienden
en amada forma hacia el ovoide universo.
Amores: son como caída de los pétalos
arrojados desde la infancia de un último piso:
con ustedes, amores, nada se queda en pie,
todo acaba cayendo.

Sí, hay dulzainas mujeres
que tienen el corazón tan grande:
aman a muchos,
y mucho hay que amarlas.


Sus redes sociales y contacto







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viernes, agosto 24, 2018

JAIME SÁENZ GUZMÁN


JAIME SÁENZ GUZMÁN


(La Paz, Bolivia 1921 — 1986) 

Descendiente de una familia tradicional, nunca conoció a su padre, militar de alto rango, y creció junto a su madre y a su tía, con quien irá a vivir gran parte de su vida y que es personaje central de una de sus narraciones más conocidas, Los cuartos.

En 1938, como parte de una comitiva de estudiantes, viaja a Alemania, allí traba interés por el nazismo, que está en su apogeo, y probablemente ahí también comienza su interés por la magia, el ocultismo y la teosofía.

Vuelve a Bolivia y progresivamente se introduce en la vida nocturna de la ciudad. En este periodo frecuenta sus espacios periféricos: bodegas donde convive con alcohólicos, indigentes y migrantes indios marginalizados. Después de sufrir dos ataques de delirium tremens y después del fracaso de un matrimonio, decide dejar la bebida y se aboca a la escritura.

A partir de la década de los cincuenta comienza a escribir el grueso de su obra. En 1955 publica El escalpelo, libro de prosa poética y a partir de allí, hasta los años ochenta publicará 12 títulos más:

Muerte por el tacto (1957), Aniversario de una visión (1960), Visitante profundo (1964), El frío (1967), Recorrer esta distancia (1973), Bruckner (1978), Las tinieblas (1978), Imágenes paceñas (1979), Felipe Delgado (1979), Al pasar un cometa (1982), La noche (1984) y Los cuartos (1985). De forma póstuma se publican: Vidas y muertes (Prosa, 1986), La piedra imán (Prosa, 1989), Los papeles de Narciso Lima Achá (Novela, 1991), Carta de amor (Poesía, 1996), Obra dramática (Teatro, 2005), Prosa breve (Prosa, 2008) y Tocnolencias (Prosa poética, 2014). Murió en 1986 fruto de una recaída en el alcoholismo.


1. VI

En las pródigas luces humedecidas
y en los aires de navegación de las montañas,
en las solitarias inmensidades de la limpidez y en las humaredas, al calor fugitivo de la grave curvatura del mundo
–en las calles y en los árboles,
la lluvia refleja la callada ternura de tu visión.

Y de las tumbas un suspiro enciende perdidos y escondidos fuegos
en tu sentida imagen,
a la ascensión de aquel melancólico vaho desde las oscuridades,
que ha resquebrajado los sudarios de tus rumorosos antepasados

–y en las entrañas del agua, al compás que escucho del olvido, llueve,
y llueve y yo no te miro, en realidad puedo mirar que me miras tú,
–¡cómo me miras!,

de unos confines, de la infancia
y de los mares profundos de la juventud
–¡me miras en el vacío y a través de la distancia,
cómo llega tu mirar, de tanta lejanía y en qué conmovida manera,
que me hace saber que yo no te miro!
–y un gran llanto me sacude al deseo de encontrarte,
y hablar contigo sobre la gratitud, sobre la primavera y la alegría
y sobre cosas tantas y tan diversas,
y a un tiempo te escucho –en la huella que ha quedado en mi frente, en una sombra que roza la pared–,
te escucho hablar de todo cuanto me hace llorar
–y así respondes a lo que digo en mi corazón.

(de Aniversario de una visión)


2. IV

Los grandes malestares causados por las sombras, las visiones melancólicas surgidas de la noche,
todo lo horripilante, todo lo atroz, lo que no tiene nombre, lo que no tiene porqué,
hay que soportarlo, quién sabe por qué.

Si no tienes qué comer sino basura, no digas nada.
Si la basura te hace mal, no digas nada.
Si te cortan los pies, si te queman las manos, si la lengua se te pudre, si te partes la espalda, si te rompes el alma, no digas nada.
Si te envenenan no digas nada, aunque se te salgan las tripas por la boca y se te paren los pelos de punta; aunque se aneguen tus ojos en sangre, no digas nada.
Si te sientes bien no te sientas bien. Si te quedas no te quedes. Si te mueres no te mueras. Si te apenas no te apenes. No digas nada.
Vivir es difícil; cosa difícil no decir nada.
Soportar a la gente sin decir nada no es nada fácil.
Es muy difícil –en cuanto pretende que se la entienda sin decir nada,
entender a la gente sin decir nada.
Es terriblemente difícil y sin embargo muy fácil ser gente;
pero es lo difícil no decir nada.

(de Recorrer esta distancia)


3. Como una luz

Llegada la hora en que el astro se apague,
quedarán mis ojos en los aires que contigo fulguraban
Silenciosamente y como una luz
reposa en mi camino
la transparencia del olvido.

Tu aliento me devuelve a la espera y a la tristeza de la tierra,
no te apartes del caer de la tarde
-no me dejes descubrir sino detrás de ti
lo que tengo todavía que morir.



4. En lo alto de la ciudad oscura

Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto
de la ciudad oscura
con el ruido a lo lejos
es seguro que suspirará
yo suspiraré
tomados de las manos por un gran tiempo
en el interior de la arboleda
sus ojos claros al pasar un cometa
su cara llegada del mar
sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz
su boca en forma de manzana
su cabello en forma de sueño
una mirada nunca vista en cada pupila
sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego
todo será mío dando volteretas de alegría
me cortaré una mano por cada suspiro suyo
me sacaré un ojo por cada sonrisa suya
me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces
hasta morir en sus labios
con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle, mi corazón
con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa
los viernes por la tarde
con el aire de la noche cantando una canción
me propongo vivir trescientos años
en su hermosa compañía.



5. Tu Calavera
A Silvia Natalia Rivera

Estas lluvias,
yo no sé por qué me harán amar un sueño que
tuve, hace muchos años,
con un sueño que tuviste tú
-se me aparecía tu calavera. Y tenía un alto encanto;
no me miraba a mí -te miraba a ti.
Y se acercaba a mi calavera, y yo te miraba a ti.
Y cuando tú me mirabas a mí, se te aparecía mi calavera;
no te miraba a ti.
Me miraba a mí.
En la alta noche, alguien miraba;
y yo soñaba tu sueño -bajo una lluvia silenciosa,
tú te ocultabas en tu calavera, y yo me ocultaba en ti-.



6. La partida

Por tu modo de morir, por ese modo de conocer yo adiviné,
viajabas en la antigüedad.
Tus ojos miraban mi manera de vivir, mi manera de ser,
tú sabías estas cosas.
Un abandono misterioso, un permanente silencio.
Unos latidos en la lluvia y tú,
en esta húmeda oscuridad, y también mis huesos,
yo siento la pena infinita con que me van a dejar.
Te lo ruego:
cuando mires no me mires.



7. Una piedra

Buscaré en el confín del horizonte, en la oscuridad del recuerdo y más allá de él,
alguna presencia oculta en mi presencia
-buscaré más allá del miedo y del olvido, y me iré de mí.

Buscaré un tú en algún yo, un mí en algún tú, una piedra.
El que yo no esté importa poco.
Allá me quedaré.



8. En lo alto de la ciudad oscura

Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto
de la ciudad oscura
con el ruido a lo lejos
es seguro que suspirará
yo suspiraré
tomados de las manos por un gran tiempo
en el interior de la arboleda
sus ojos claros al pasar un cometa
su cara llegada del mar
sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz
su boca en forma de manzana
su cabello en forma de sueño
una mirada nunca vista en cada pupila
sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego
todo será mío dando volteretas de alegría
me cortaré una mano por cada suspiro suyo
me sacaré un ojo por cada sonrisa suya
me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces
hasta morir en sus labios
con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle, mi corazón
con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa
los viernes por la tarde
con el aire de la noche cantando una canción
me propongo vivir trescientos años
en su hermosa compañía.



9. En la ventana
A Nelly Villanueva

Sabe Dios lo que yo buscaba, quería encontrar
no sé qué,
una tarde,
sentía el antiguo momento del encanto, las cosas
olvidadas en el tiempo
-los objetos sin forma dentro de mí,
un rastro de ceniza y un pedazo del acre,
esos nombres inmortales en la memoria.
El ancla, en los botones dorados, y los papeles,
el polvo en el vació - el olor, en unas ropas de niño,
unos restos, unas migas de hace años -y desde muy lejos,
al soplo del aire en la ventana, pensé en ti: en las nubes, un presagio de lluvia era el echarte de menos,
con tus ojos inexplicables, y la tarde moría.
Era un color, la ansiedad de los presentimientos:
era una sombra: el adiós,
la noche profunda en la ventana.



10. 3

El espacio que tu cuerpo ocupa en el mundo, es igual al espacio
del cuerpo en el que uno se ha recogido;
y si esto es así, nadie tiene por qué molestarse, ni importunarte;
en el espacio de tu cuerpo, del que tú eres el soberano absoluto.
puedes pararte de cabeza y hacer y deshacer, y transitar tranquilamente,
libre ya de un mundo de pesadilla, poblado de espectros y de esqueletos que pululaban y te
quitaban la vida.
En todo caso, tu morada, tu ciudad, tu noche y tu mundo,
se reducen a tu cuerpo;
y quien lo habita no eres tú, sino el cuerpo de tu cuerpo.
Pues el cuerpo que te habita, en realidad, eres tú;
sólo que tu cuerpo deja de ser tú;
y pasa a ser él.
Imagínate, el cuerpo que eres tú, habitando el cuerpo que
es él.
y que no por eso deja de ser tú.
De ahí el habitante, o sea, el cuerpo de tu cuerpo; y de ahí,
asimismo, el habitado, o sea, tu cuerpo.
¿Y qué decir de la honda soledad, habitando el espacio de
tu cuerpo?
Hay un echar de menos la soledad, cuando hay alguien a tu
lado;
pero, cuando no hay un alma, es la propia soledad quien te
echa de menos
-y es como si tú no estuvieras, o como si te hubieras ido,
en busca de alguien a quien echar de menos.
La soledad en el espacio de tu cuerpo, ha de ser, pues, una
soledad muy larga, muy alta, y muy álgida.
-como esa soledad que uno imaginaba de niño,
con un retrato desaparecido y una rueda inmóvil, en el cuarto
oscuro.





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