DANY CRUZ
Biografía
(Piura, 1983). Poeta y editor. Estudió Humanidades
y Filosofía en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya SJ, Lima. Es autor del
libro Rueca del Insomnio (Lima:
Pakarina, 2013), que obtuvo una mención honrosa en el Premio Nacional de Poesía
PUCP 2007. En su más reciente publicación,con el título Nuevo Sol (Lima: Pakarina y CortaRama, 2015), Dany Cruz vuelve a explorar
los límites formales y materiales del verso (y la versificación), esta vez en
el estrechísimo espacio del hai-ku, poema breve de origen japonés cuya
introducción a la lengua castellana fue realizada hace un siglo por el poeta mexicano
José Tablada. Si en Rueca del Insomnio prima
la atmósfera cargada de penumbra y de misterio, en Nuevo Sol, en cambio, todo es resplandeciente, más llano y
transparente, precisamente porque se trata de una luz renovada y renovadora.
Pero la exploración poética de Cruz no ha sido solo un recorrido por las formas
canónicas y clásicas, que revela sus afinidades con las tradiciones
latinoamericana e hispanoamericana. También ha explorado el verso libre de
aliento conversacional, donde el yo se diluye hasta perderse en la polifonía,
como en Colán y los despistados
(Lima:CortaRama, 2006), o sus primeros escarceos con el verso breve y parco,
íntimo, que expresa el desencanto y la desolación interior, como en Desencuentro (Piura: CortaRama, 2003). Poemas
suyos aparecen en Ausente ardor de arena
& algarrobos. Antología de la poesía piurana contemporánea (2017).
Sus poemas
Descabezado
Sé que
un día fui a la playa
Y
olvidé el abecedario aturdido por la arena ardiente
La mar:
la mar entraba a saco por mis venas
Y una
malagua se escurría hasta dejar mi vientre intacto y reluciente
Entonces
miré mis manos (solo por ver si aún las tenía
(aun
cuando no fuera necesario
Y en el
extremo de mis dedos reconocí al Sol los anillos de Saturno
Tu ropa
de baño morena no era más mi fiebre mi sopor
Una ola
infinita suspensa en mi pupila
Y tu
navegando sobre la caparazón de una tortuga divina
Olor a bodega antigua
La
tierra húmeda el barro la arena mojada
mis
travesías cuesta arriba
una
botella de aceite un kilo de camote una aguja capotera un metro de naylon
con el
vuelto cómprate un par de bolichas
esa
cuesta una callecita sin nombre sin peldaños bajo la lluvia estación duradera
correr cuesta
arriba sin más corceles que el propio aurigaba librado a su propio ímpetu
mañanero
el Sol
doraba tus cabellos tus pies bien asentados en la tierra correr es un juego
hasta
levantar vuelo —amanece por segunda vez en Mercurio—
en la
esquina una vedera de cemento medio metro arriba de la tierra
manzanas
rosales y nísperos codicia de mis encias precoces (no eres más un pirañita)
veinte
pasos hacia la izquierda subir galopante por la calle Salaverry —por el poeta,
por el puerto—
veinte
pasos hacia la derecha seguir subiendo por aquella bajada de adoquines
invisibles que suenan como un piano tremolante a tu paso canta frena en seco
vuela si caes
no te
rompas la cabeza en el filo de la vereda nadie te ve caer, cometa de papel
nadie
percibe tus pasos ni tu sangre veloz
solo
fuiste a por el mandado —compraste clavos donde don Néstor, que te llamó panamo
y, tras una pausa solemne (pomos llenos de bolichas, pitas para los trompos,
arreos para las mulas),
panamito—por
tu forma de frejol frijol ese aroma sereno de las semillas.
Ch’ulla
Coloca, despacio, la
redonda palabra sobre el vacío sin fondo.
Distendida, así, se
aleja de ti, te expulsa de tu voz.
Te devuelve.
Ahora te escucha
murmurar como un rumor de alas o de rocas
bajando por las
faldas de la noche sinuosa hasta la quebrada de este hallazgo.
Te oye y envuelve tu
corazón entre el tabique y el martillo.
Hablas más bien como
un extranjero.
Hablas en vez de mí
con palabras rotas, desojadas en el pozo de las magnolias.
Me llevas hasta la
serenidad de la que despierta en la transparencia
de su más remoto
sueño. Ya no echarás de menos estas manos:
una suelta de otra,
se parten en pedazos y son cometas que se desintegran
y entran en un nuevo
estado de ser, llenas de presagios: ellas,
que presagian la suma
y etérea impaciencia del silencio, callan
y tus ojos, estrellas
nebulosas, se abisman en el entrecejo del misterio.
¿De qué lado del
silencio estás, junto a una ventana
que avanza a tramos
fijos, que se detiene
entre los nardos,
mariposa opaca e invisible? Discurres
cual la Luna,
sabiendo que asciendes, con la experiencia en manojos,
aplicas inyectables
entre frascos de canela,
entre onzas, al menos;
en cualquier caso: sabes que el miedo que se siente
al soñar es un miedo
verdadero. Ya no digo tu ausencia.
Debo llevar a cabo
esta tarea, Julia, lograr, digo,
querer con cariño de
querencia este silencio,
o faltar, arriba o
abajo de las cúpulas,
fijo numen luminoso,
nuestro corazón,
esta palabra tendida,
idéntica a ti y a tu silencio.
Destierro
A Antonio Cisneros, in memoriam
Mi mano arde, alta,
transparente a todas
las luces,
más liviana que todos
los espectros.
Las semillas se
quedaron en mi garganta.
De ella brotan los
árboles frutales:
naranjas doradas que
aturden
con su brillo a todos
los impostores,
incluido mi pie y sus
zapatitos de charol prestados.
No hay centro para
este universo.
La ola que rompió su
propio equilibro
dura para siempre y
no despierta queja.
He conocido todas las
formas del encierro:
mis huesos duraron
más que todos los fardos
y han aprendido
que resisten todas
las enredaderas
todas las lianas
todas las raíces
todas las aguas
Pasajero varado en
las fronteras difusas
de los días y las
noches
reviso la redondez de
mis piedras
y pulo sus lomos irascibles
para que los hombres
conozcan el invierno
y las mujeres
alumbren el verano
cada día
Camino con las manos
en el cielo y los pies
colgando hacia la
tierra
De profundis
Volví a desprenderme
de la viga: mis manos
no lograban asirse a
ninguna palabra más.
Me dejé caer en el
vacío infinito. Confundí
el vértigo de la
caída con la locura de los místicos.
Mi cuerpo se
desintegraba en partículas de luz.
No fue sino hasta que
me hube vuelto incorpóreo
que llegué a toparme
con la Voz.
Supe que había
llegado al fondo:
que más abajo ya no
podría descender.
Todo era plano, como
las piedras
que daban
consistencia al eco. La Voz,
callada como el mar o
como una sombra,
empozaba su ponzoña
en mis oídos: me taladraba
el intestino con un
reclamo de siglos y siglos;
me advertía de
augurios y presagios
desatendidos por los
notables de las comarcas
aledañas a mi sangre.
Al principio mi
garganta
repetía el mismo
rumor: campanillas sueltas
pululaban entre los
árboles sombríos. Pude distinguir
los ojos de Dante,
obnubilado con la guía
de un sátrapa erudito
que había usurpado
la identidad de
Virgilio. Me abstuve de perturbarlo:
la Voz me llamó a
prudencia.
Dócilmente, el
florentino
se dejaba llevar por
canteras y peñascales
con una obsesión
firme que, era notorio,
confundía con la
determinación divina de un destino.
No hay tal, escuché
gruñir a la Voz:
la mente de los
hombres
nada sabe de lo
insondable. A menudo llaman insondable
a su desgano y a su
temor. No hay nacimiento ni muerte.
Solo el silencio
imperturbable de la Voz
que calla para ir más
allá de sí misma, allende
ningún poeta llegará
jamás.
Plan
para un poema arácnido
Tema: picadura de araña
Lugar: parte interna posterior del muslo derecho
Esquema formal: ocho líneas
Esquema material: Quiaismo y paralelismo
Sensaciones: Adormecimiento, placer venenoso
Advertencia: evite el endecasílabo
Musa a invocar: la Musaraña
Título: Aracné
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